Gente que Cuenta

El borracho de Marisabel, por Luli Delgado

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Billy Childish,
Borracho, 1997

Marisabel vivía justo enfrente de la iglesia, lo cual, para una persona de tanta fe, era poco más o menos que una bendición, porque además ir a Misa todos los días, se había convertido poco más o menos en la asistente oficial del párroco y el sacristán en lo pertinente a obras sociales.

Entre todos ayudaban como podían a un grupo de mendigos que se refugiaba en el nicho de la entrada de la iglesia. Algunas veces con comida, otras con dinero. Esta segunda opción le venía bien a los borrachines, “pero igual, ya están habituados” reía el párroco cuando era cuestionado.

Un día, comenzaron a notar que uno de los habitués casi no se movía. Llevaba rato en un mismo sitio, como dormido, y además con la pestilencia propia de muchos días de alcohol y poca higiene.

Marisabel tomó inmediatamente cartas en el asunto. Se puso en contacto con unas monjas que tenían un albergue y le consiguió cupo, con la condición de que lo bañaran. Y aquí apareció la siguiente diligencia: consiguió con una amiga una muda de ropa del marido.

Mientras tanto, el sacristán había quedado incumbido de bañarlo, eso sí, en el patio interior de la iglesia, con manguera y un jaboncito también cortesía de la buena Marisabel. Así se hizo, y ya aseado y vestido con ropa limpia, lo vino a buscar para llevarlo al asilo el chofer de taxi que regularmente le hacía diligencias a esta buena señora.

Lo sentaron adelante y salieron. Todo sin problema, hasta que, en una curva, el borrachito se le vino encima al chofer, a quien no le quedó más remedio que frenar y hacerse a un lado del tránsito, porque no podía quitárselo de encima.

¡Pues qué te cuento que era que el infeliz se había muerto!

La salida que vieron viable fue llamar a la policía, pero por lo  que no se pasearon es que un muerto es cosa seria y en estos casos se habla nada menos que de homicidio culposo.

El muerto siguió para la morgue, y a ellos los llevaron a declarar en calidad de “presuntos culpables”.

El chofer, temiendo que la soga reventara por lo más delgado,  repetía como un mantra que había sido contratado para esa “carrera”, y que no sabía de más nada. Marisabel, temblando hasta las pestañas, contaba lo sucedido sin mucha conexión, la verdad, porque no podía de los nervios. Pasaron en la declaración hasta comienzos de la noche, y tuvieron que venir el párroco y el sacristán para dar fe de los confusos testimonios de Marisabel y el chofer. Nadie tenía ni idea de quién era, ni de dónde venía. Nada.

Eventualmente se zafaron del homicidio culposo que la policía insistía en quererles achacar, y regresaron cada uno a su lugar todavía con la boca seca del susto.

Las amigas de Marisabel, el párroco y todo el que se enteraba, opinaron lapidarios que por lo menos en sus últimos momentos el borrachín se había sentido cuidado y atendido, y que por lo tanto el asunto calificaba como obra de caridad.

Lo que faltó por oír fue la opinión del finado. Quiero decir, antes de llegar a esta última condición.

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Luli Delgado es periodista venezolana, Master en Artes de Cine y  Video – por The American University, Washington, DC.
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com

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