Gente que Cuenta

El poeta de los leprosos, por Alejandro Moreno

Georges Rouault Atril press
Georges Rouault,
payaso pensativo, c. 1930

A José David Camargo lo llamaban el poeta de los leprosos. Solía vérsele por los lados de Padre Sierra caminando a cualquier hora. Si algún vecino se asomaba por la ventana a las tres de la mañana, probablemente iba a ver a José David Camargo con su carpeta debajo del brazo, rumbo a los lados de La Pastora.

A José David no se le conocía mujer. Quizás su timidez patológica lo mantenía al margen de los deleites del amor femenino. Lo que sí es que José David estaba constantemente escribiendo sus poemas, que luego regalaba a los enfermos del leprocomio de Catia La Mar, al cual iba al menos una vez al mes. Se iba con su carpeta de poemas toda esperolá y con una bolsa de panes dulces que compraba en una panadería de unos hermanos gemelos de La Grita, que llamaban los Morochos Pineda.

Llegaba allí a visitar a aquellos parias olvidados hasta por el mismísimo Dios. Arrancaba la hoja de su libreta o sacaba una hoja de su carpeta y les dejaba su poema. Casi siempre se los dedicaba con un garabato tierno que José David escribía con una dulzura sobrecogedora. Salvo que el enfermo no quisiera hablar, o nadie supiera el nombre, José David dejaba el poema sin nombre.

Una mañana José David amaneció muerto en su cuarto de la pensión de La Pastora donde vivía. No había a quien llamar porque él no tenía familia conocida. Cuentan que tenía la camisa llena de sangre en todo el pecho. Sin embargo, no había señales de violencia, de una puñalada o un tiro. Tenía una expresión feliz en el rostro. Será, decían, que como era poeta le había estallado el corazón y por eso se le había manchado la camisa de sangre.

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Alejandro Moreno (Caracas, Venezuela, 1972) cantante, editor y escritor a ratos. Licenciado en letras UCV. Ha publicado los libros para niños El águila y la estatua y Juan Piroco care loco en la editorial el perro y la rana.
chuomago@gmail.com

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