En el período entre guerras, una serie de circunstancias desencadenó la profunda crisis financiera conocida como la Gran Depresión o Crack de 1929, la cual duró poco más de una década y afectó no solamente a los Estados Unidos sino al mundo entero.
El desastre fue total: recesión, desempleo masivo, quiebra de empresas e inclusive suicidios. Estados Unidos sucumbió a una nube negra sin previsión de salida. Surgieron largas filas para sopas populares o escasas ofertas de empleo, y sí, hambre en todo el país.
En medio de este caos, la industria cinematográfica, que mal se instalaba en la nueva modalidad del cine sonoro, descubrió su gran filón creando una literal fábrica de películas, los llamados B-Films, producciones de muy bajo presupuesto y de una hora de duración, con historias desarrolladas siempre en ambientes exóticos y de gran lujo, e invariables finales felices.
Se llegaron a producir de cuarenta a cincuenta films al año, donde los directores eran igualmente productores y trabajaban con total libertad dentro de sus ínfimos presupuestos. Los precios de entrada eran irrisorios, la exhibición de dos películas por sesión pasó a ser la nueva modalidad, y en el intermedio se realizaban rifas, todo lo cual llenaba las salas de gente que prefería ir al cine que comer, tal era su desesperación por huir de una realidad desesperante y sin orilla.
Aquellos de ustedes que hayan visto “La rosa púrpura de El Cairo”, dirigida por Woody Allen en 1985, sin duda les va a resultar más fácil visualizar lo que fue el cine durante el período de la Gran Depresión de 1929.
A comienzo de los 30, la Legión de la decencia tomó cartas en el asunto y comenzó a censurar los films de violencia y los de “fuerte sugerencia sexual”, y los estudios, más por conveniencia que por convicción, siguieron las nuevas medidas al pie de la letra. No se podían dar el lujo de suscitar un boicot nacional, así que, nada a jugar dentro de las reglas.
El sacrosanto matrimonio debía ser la consecuencia de todo romance, aún cuando la vida sexual de las parejas casadas quedaba fuera de cualquier consideración.
Nada de blasfemias, bailes sugestivos o “besos lujuriosos”, desviaciones sexuales o adicción al alcohol o drogas.
En cuanto a asuntos violentos, quedaba prohibido el uso de armas contemporáneas, mostrar detalles de los crímenes, o, peor, agentes del orden muriendo a manos de gente fuera de la ley.
El Código igualmente exigía castigo para cualquier actividad criminal y en ningún caso presentar los delitos como hechos justificados.
Las reglas estaban prístinamente escritas en blanco y negro y cada guión debía pasar por la oficina de inspección a fin de obtener un sello de código de producción, sin el cual no se rodaba ni un pie de película, ni se podía difundir ningún film en Estados Unidos.
Pero es importante señalar que, a pesar de esta producción en masa, no es menos verdad que ya superada la crisis que supuso la incorporación del sonido, se filmaron durante esta época verdaderas joyas, como las comedias de Frank Capra, o los filmes de George Cukor, y John Ford.
Por otro lado, no se puede olvidar a una de las “importaciones” más interesantes de la época, el británico Alfred Hitchcock y sus inolvidables historias de suspenso, Josef von Sternberg dirigiendo a Marlene Dietrich en clásicos como Shanghai Express de 1932 y William Wyler y sus Cumbres borrascosas, de 1939.
Depresión o no Depresión, el cine superó no sólo la situación financiera de la industria, sino que ayudó a mantener la salud mental de los norteamericanos.