El niño tendría unos siete años y cara de quien todavía se meaba en los pantalones. En un brazo sostenía un osito de peluche y con la otra mano agarraba la falda de la madre que estaba de pie comprando una pieza de pecho en la carnicería del supermercado. El carnicero estaba a punto de cortar el trozo cuando apareció este hombre de mediana edad que, en voz alta y frente a la gente que hacía cola en la carnicería, le pidió perdón a la mujer. Con la mirada y como que el pedido no era para ella, la mujer le indicó al carnicero que realmente quería que cortara el filete. Pero el hombre volvió a interrumpir pidiendo perdón, esta vez en voz aún más alta. El carnicero miró al que pedía perdón, como diciendo “mira, vete que estoy trabajando”. Los presentes comenzaban a inquietarse, especialmente la mujer a quien este hombre le pidió perdón. El niño empezó a tirar de la falda de su madre pidiéndole que se fueran. Pero el tipo hasta se arrodilló pidiendo perdón, ahora enfatizando, mil veces el perdón. Fue entonces cuando la mujer perdió el control y comenzó a maldecirlo de arriba abajo. Era una sarta de maldiciones con los peores insultos. Desde blasfemias hasta agresiones a la masculinidad del sujeto. A todos se les puso la piel de gallina, el carnicero por si acaso escondió el cuchillo. Fue en ese momento que el niño tirando con más fuerza de la falda de su madre, aullando, le pidió que se fueran, explicando, como para todos, que ni siquiera era su padre quien pedía perdón. Fue al escuchar al niño referirse a su padre cuando ella, aún más enojada, le contestó que no importaba quién fuera, si él le pedía perdón por cualquier motivo sería y tendrá que escucharme, y continuó insultando al hombre hasta que los de seguridad del supermercado se presentaron y se los llevaron a los tres, mientras el tipo seguía pidiendo perdón. Por lo demás, la fila siguió adelante y el osito de peluche quedó en el suelo.