La simpleza de los cuatro sabores: ácido, amargo, dulce y salado se complicó con la aparición del UNAMI, un quinto sabor del que muchos hablan y pocos saben. Me propuse saber algo más del tema y Manolo seguramente podría ser mi guía.
Cuando le planteé mi propósito, tardó unos segundos en acercarse cómplice y decirme:
─ ¿Y no preferirías, mejor, descubrir el sexto sabor?
Pensé que hablaba del sabor “harinoso” que los expertos tratan de acuñar últimamente.
─ Es algo completamente distinto ─ continuó Manolo ─. Si tienes un día libre y me acompañas te mostraré de qué hablo exactamente.
Yo, que siempre tengo días libres, acepté la idea y me arriesgué a un viaje de dos horas con Manolo al volante. Llegamos a una especie de merendero rústico con varias mesas libres y nos dispusimos a ordenar.
─ Pide las lentejas ─ fue el consejo/orden de Manolo.
Atacamos a gentiles cucharazos el guiso y, partir de ahí, Manolo entró en trance. Con los ojos semicerrados parecía asombrarse con cada porción que llevaba a la boca. Por mi parte, debo decir que eran unas lentejas correctas, pero sin nada excepcional. Había, sin duda, algo que Manolo disfrutaba ajeno a mí. Intenté preguntarle, pero, con gestos, me indicó que no era el momento. Al terminar el plato, Manolo llamó al camarero y le dijo algo al oído. Momentos más tarde se presentó en la mesa Doña Elisa, la dueña y cocinera del local. Yo supuse que la enérgica anciana de ojos azul índigo era la poseedora del secreto del “sexto sabor”. Abrazó a Manolo con fuerza y él se mantuvo aferrado a ella como náufrago al último salvavidas del Titanic.
Camino de regreso, conmigo al volante, Manolo me explicó que Doña Elisa había servido en su casa cuando era niño. Todo lo que ella sabía de cocina lo había bebido allí. Y, a veces, él la visitaba para poder sentir de nuevo el “sabor a hogar”. Manolo sabía que él podía comer lentejas mucho mejores, pero nunca más “ricas” en emociones que las de Doña Elisa. Ese es el sabor del que nadie habla; el sabor de la inocencia y de la seguridad, el sabor de familia y de casa que despierta recuerdos, imágenes y rostros que todavía viven en nosotros. Manolo entendía que yo no pudiera disfrutarlo porque cada uno debe tener su propio “hogar” vivo en la memoria, y por eso era importante que yo descubriese mi “sabor a hogar” y que lo disfrutase de vez en cuando.
Mientras devoraba kilómetros, me preocupó no encontrar mi hogar.