Cuando buscamos en la memoria ese libro que por alguna razón dejó una huella en nuestra vida, comienzan a desfilar varios títulos. Es como si entre ellos se estableciera una competencia para convertirse en el favorito.
Algunos nos enriquecen por sus mensajes, otros nos atrapan por el verbo del autor. También están aquellos que nos abren los ojos ante las mentiras y maldades de los hombres y no faltan los que nos permiten escapar, aquellos que nos ayudaron durante la pandemia a salir de las cuatro paredes, como quien sopla una bocanada de libertad entre los presos.
Sin lugar a dudas, el libro que más influyó en mi fue el primero, aquel que me permitió aprender a leer, la simple cartilla con todo el abecedario, acompañado de dibujos coloridos, que no solo me mostraron que la m y la a era “ma”, sino que me dio a conocer seres que nunca había visto, como el ñandú. También me enseñó disciplina, pues a mis cortos tres años, sabía que cada mañana tenía que enfrentarme a una nueva letra, a un nuevo sonido. Gracias a esa tarea que asumió mi abuela, ingresé al colegio sabiendo leer y escribir.
Otro título que alborotó mi curiosidad fue Platero y yo. Gracias a las palabras y al poético lenguaje de Juan Ramón Jiménez viví las cuatro estaciones sin salir del trópico,aprendí que los animales pueden ser una buena compañía y que la muerte te deja soledad y dolor. Hoy, ese mismo libro me ha mostrado que la estética del lenguaje es el alma de la escritura y lo importante que es ser expresivo. Al releerlo, siendo más adulta, aquellas imágenes que se dibujaban apenas comenzaba a leer: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos”, se hicieron más complejas porque las metáforas suman emociones.
Pero, así como el cuerpo crece la mente también se hace adulta y entonces me topé con Yo, Claudio, una novela que convirtió a la historia en materia esencial para mi vida porque nos ayuda a entender el presente y nos indica que las pasiones y ambiciones humanas siempre han existido y seguirán moviendo al mundo.
Y como para amar algo hay que conocerlo, un día me zambullí en las páginas de Historia del libro, de Frederic Barbier, un recorrido histórico que también nos muestra cómo esa colección de pliegos ha evolucionado en forma y contenido. Allí encontré por qué el libro es imprescindible en mi vida.
Comunicadora Social egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas. Ha ejercido el periodismo en galerías de arte, en el diario El Universal, mantiene el espacio Madame Glamour en el programa radial Las entrevistas de Carolina. Escribe de moda, arte y estilo de vida.
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