Gente que Cuenta

¡Estás en el limbo!, por José Manuel Peláez

Frans Francken the Younger Atril press
Frans Francken el Joven,
El eterno dilema de la humanidad, 1633

Cuando mi madre se desesperaba porque yo no le entendía las reglas de la división o por qué había unas mujeres que parecían haberse tragado un globo a pesar de haberlas conocido muy delgadas, siempre remataba la estéril discusión con la misma frase: “Lo que pasa es que ¡estás en el Limbo!”.

Imposible expresar mi inutilidad por comprender lo que aquello significaba y, desde luego, la idea de preguntárselo a mamá en esos momentos era una idea, más que peregrina, peligrosa.

Con el tiempo y las clases de religión pude comprender que “¡Estás en el limbo!” era una forma coloquial de decir que estás fuera de la realidad, ajeno a lo que te rodea, en una especie de burbuja solo habitada por ti que ni siquiera se puede dirigir. Claro que esa acepción provenía del concepto religioso de “limbo” que era a dónde iban las almas de los no bautizados que no habían pecado de ninguna manera; o sea, aquellos que eran buenos, pero no tenían visa al Paraíso. Trataba de ponerme en el lugar de esas pobres almas condenadas a una especie de sala de espera sin saber cuál era su delito ni su destino. Había algo de kafkiano en el asunto. Y más se complicaba el asunto cuando tanto la existencia del Limbo como sus características y el destino de quienes lo habitan sigue siendo tema de encontradas discusiones en la Iglesia.

Las experiencias de vida se aparecen muchas veces como respuestas a esas preguntas que nadie nos ha respondido a satisfacción. Eso me ocurrió el día que comprendí que la experiencia cotidiana más parecida al Limbo era un viaje.

Cuando la puerta del avión se cierra a nuestras espaldas o el tren inicia la marcha o el tío Augusto termina de hacer el inventario de lo que se ha cargado en el coche para las vacaciones, entramos en el Limbo. No sabemos con lo que nos vamos a encontrar y durante las horas (o días) que el viaje dura nuestra imaginación inventa escenarios maravillosos que nos esperan cuando la puerta del avión se abra, el tren se detenga o el tío Augusto grite:”¡Llegamos!” y abra los brazos al bajarse del coche.

Pero, al igual que nadie le puede asegurar a las almas del Limbo, cuál será su final, a nosotros nadie nos puede asegurar ni que vamos a llegar a ninguna parte ni que vamos a llegar al Edén. Por supuesto hoy en día tampoco sabemos cuánto va a durar el viaje porque una tormenta nos desvía o una granizada nos atasca o un incendio nos amenaza.

Finalmente comprendí lo que es el Limbo y comprendí por qué ni mamá ni mis profesores de Religión pudieran explicármelo bien. Solo vivirlo me lo hizo comprensible.

Cuando le conté mis reflexiones a mi amigo Manolo, terminó de probar un gazpacho que estaba haciendo y mientras ajustaba el punto de sal sonreía mirándome con cara de perdonavidas.

  • Eso te lo dije yo hace tres años, pero no me oíste y ¿sabes por qué?… porque — dejó flotando la incógnita en una pausa más que dramática — ¡Estás en el limbo!

Ni siquiera probé el gazpacho.

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José Manuel Peláez
Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com

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