Fiesta, por Álvaro Ríos

¿Fiesta?

Emigrar es un asunto serio, más si se tiene la edad que yo tengo.

—Será como ir a una fiesta —dijo un amigo.

La realidad se impuso de otra manera…

Acabo de recordarlo ahora, cuando con asombro he llegado a creer que algunos escritores se copian mis vivencias.

Pero, ¿cómo es posible?

A Salvador Fleján lo conozco por referencias; y sin embargo, al leer su libro “Miniaturas Salvajes” me he dado cuenta que uno de sus cuentos muestra justo lo que a mí me pasó. Bueno, no exactamente, pero vaya que las similitudes son inquietantes:

Emigré porque ya no soportaba a Elena, mi esposa. Ella la pasa bien. Tiene cierta holgura financiera pues es dueña de una modesta residencia para chicas universitarias. En cuanto a mí, desde que perdí el empleo me ha tratado a las patadas.

Un día, cansado de tanto maltrato, tomé mis cosas y me fui al norte.

Al poco tiempo comencé a limpiar baños en un mall. En eso andaba cuando una tarde un hombre alto y fornido entró al área de servicios. Su rostro parecía arder. Al verme, me embistió, me anuló los brazos y hundió mi cabeza con saña en uno de los retretes. Luego huyó y quedé allí, tirado y sin entender qué había pasado. Fue entonces cuando decidí que era mejor vivir con mi mujer a correr riesgos innecesarios en un país extraño.

Volví.

Elena me aceptó, pero de allí en adelante la apatía fue total.

Un día, mientras acomodaba unos libros, observé una leve suciedad en una de las paredes. Fui por agua y jabón y me puse a limpiar. Quité un cuadro para seguir hacia arriba y entonces advertí un pequeño agujero. Miré a través del orificio y quedé atónito: del otro lado una diosa de mujer bailaba desnuda.

De pronto escuché un ruido seguido de un portazo.

—¿Qué crees que haces? —dijo Elena— A ver, ¡apártate!

Me retiré y ella tomó mi lugar.

—¿Quieres ir a una fiesta? —dijo mientras miraba.

—¿Qué?

—Ven, acompáñame, es hora de negociar un aumento.

del mismo autor