Filósofo a palos,
por Victorino Muñoz

De nada me vale haber estudiado unos cuantos semestres de filosofía en la universidad; y aunque la mía haya sido otra carrera, tocaba ver todo eso: desde Parménides hasta la teología de la liberación de Pérez Esclarín, pasando por los escolásticos, los existencialistas y pare de contar.

Pero me gustó la cosa, así que compré y leí, en distintas épocas, los diálogos de Platón, las historias de la Filosofía de Julián Marías, de Johannes Hirschberger y los nueve tomos de Copleston; sin dejar de mencionar que tengo el diccionario de Abagnano y la edición completa en cuatro volúmenes del Ferrater Mora, que consulto y degusto cada vez que puedo, aunque una entrada a la vez.

Por mi propia cuenta me he acercado a Weber, a Hegel, a Schopenhauer y a Nietzsche, a Camus, a Bourdieu, así como a otros más, filósofos en el sentido estricto del término y pensadores en un sentido general: Confucio, Maquiavelo, Martin Luther King. Puedo decir que algo he aprendido, aunque sé que me falta mucho más.

Sin embargo, al parecer de nada me vale ese bagaje; de poco me sirven las tesis, propias y ajenas, tomadas de esas grandes autoridades. Ni siquiera importa que yo sí tenga estudios universitarios, maestrías, libros publicados (la modestia quede por allá).

Todo eso se desvanece ante esta caterva de filosofastros de redes sociales, quienes armados de teléfonos celulares, echan mano de los argumentos más pueriles, para desbancar milenarias tradiciones de pensamiento, usando casi siempre las mismas pero trilladas ideas del tipo: “esta es mi verdad”.

Dichos filósofos de la nueva era, convencidos como están, por sus seguidores, de que son alguna luminaria finisecular, se lanzan a cuestionar lo que ni siquiera conocen de oídas, mucho menos de lecturas.

Pero me han golpeado; me han maltratado con sus pensamientos hechos de manual de autoayuda; me han arrojado a la cara, como una cubeta de agua fría, sus publicaciones con nubecitas y corazones; se han burlado de mí y de mis lecturas, rebajando a los grandes autores antes citados, que incluso parecen ser nada al lado de las frases del Principito (que vaya a saber usted de qué versión del libro salieron).

Ante tanto derroche de cursilerías, he optado por callarme y no responder publicaciones ni comentarios. Ese es el peor síntoma de este tiempo, aunque no es exclusivo del mismo: cuando el ignorante habla a gritos, el que sabe se calla. Y si bien es cierto que la ignorancia siempre ha existido, ahora al parecer cuenta con mejores medios de expresión.

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