Pocas cosas he deseado en mi vida con tanta vehemencia como la cabeza de El Zorro de la última página del álbum de Disney. El colegio entero andaba a la caza, pero nada que aparecía. Hasta que por fin “salió”, completamos el álbum y el capítulo pasó al olvido, o dio paso a otro álbum, vaya uno a saber.
Esas barajitas recuerdo que olían rico, a tinta de imprenta, según me enteré después, y había que pegarlas con cola escolar o con almidón hervido, pero siempre con muchísimo cuidado para que no se chorreara, porque después se pegaban las páginas y el encanto de aquel tesoro se desvanecía inmisericorde.
Para las monjas la regla era clara y muy estricta: barajitas nada más que a la hora del recreo, pero díscola de nacimiento, recuerdo la fascinación adicional de tratar de cambiarlas en el salón de clase. El final era invariablemente trágico.
Mi colegio era de niñas, pero sé que en los de varones, o en los mixtos, era común un juego que consistía en pegarlas contra la pared y según como cayeran se ganaba o se perdía. Algo así.
Me acuerdo de que hubo un banco que promocionó una colección de arte y por cada álbum completo entregaba una alcancía y una cuenta de ahorros. Esta iniciativa tuvo más éxito con los papás que con nosotras, la verdad.
Pero volvamos a las barajitas. Sea como sea, formaron parte innegable de nuestra educación primaria, y más adelante, cuando me tocó ser mamá, me las volví a encontrar en la infancia de mi Ceci. Ya no eran de Disney, sino de Pokémon y de Harry Potter. Ahora traían su propia pega, pero el principio era exactamente el mismo: te venden por centavos, eso si no te lo regalan, un álbum, y a partir de ese momento no hay dinero de tu mesada que quieras destinar en otra cosa.
Me puse a averiguar y resulta que fueron los hermanos, los Panini, quienes en 1961 tuvieron la idea original de crear un álbum de los jugadores del Campeonato Italiano de Fútbol. Había nacido una gallina de los huevos de oro en Módena, Italia, que hoy en día factura 800 millones de euros al año en álbumes de los más variados temas.
“La tengo, no la tengo, te la cambio” tiene más de 60 años en los recreos de todo el mundo, y lo más impresionante es que a pesar de haber lanzado su versión on line, el trueque que verdaderamente interesa es el físico, el original. Vaya que alguien le ha ganado a la tecnología.