La mujer se tomó su última cerveza lentamente. Ese sorbo le supo a triunfo. Tomó su cartera y se despidió.
Ya nunca más vería nada de lo había visto desde niña. A esa hora subir en ascensor no es difícil. Pensó en los veinte pisos que la separaban del lugar en donde momentos antes se tomaba la cerveza. Ni siquiera pensó en su hijo. Le importaba el niño, pero la verdad es que no tanto.
Así es la vida, dijo para sí.
Seis minutos exactos después, en el bar, el televisor empezaba la transmisión del juego de béisbol, y la mujer había tomado una cerveza fría que la había hecho feliz.