El año 1936 venezolano merece un libro que aún no se escribe. Ocurrió de todo. Finaliza la dictadura de veintisiete años. El general Eleazar López Contreras, el elegido, asume en medio de una crisis de gobernabilidad que ameritaba “calma y cordura”. Los cambios sociales, económicos, culturales y políticos se aceleraban como nunca antes. Y regresan los exiliados.
Mariano Picón Salas, uno de los proscritos, acuñó la famosa frase que el siglo XX venezolano había empezado en 1936. Pero su obra intelectual y educativa es mucho más que una frase. Exiliado como estaba en Chile, su regreso fue de mucha importancia.
Don Mariano trajo en la misión educativa chilena a los más notables intelectuales del momento para incorporarlos al trabajo de recuperación del país. Uno de los integrantes fue el pintor Armando Lira, para aquel momento premio Nacional de Pintura 1934 en Chile que, junto a los pintores venezolanos Marcos Castillo, Rafael Monasterios, Rafael Ramón González, Antonio Edmundo Monsanto y César Prieto, reforman la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas, con sede en la esquina del Cuño, La Pastora. Más tarde se incorpora el español republicano Ramón Martín Durbán.
Dados los tiempos convulsos en el país, surge una generación que se desplaza del paisajismo, como corriente pictórica hegemónica incuestionable, para retratar los movimientos obreros, las protestas, el malestar social acumulado durante veintisiete años de dictadura. Empieza así el denominado Realismo Social, influido por la pintura mural mexicana con su exaltación del nacionalismo y el mensaje revolucionario de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. A esta corriente pictórica se adscriben Héctor Poleo, César Rengifo, Pedro León Castro y Gabriel Bracho.
Héctor Poleo, es quien muestra mayores nexos con la escuela mexicana, y especialmente con Diego Rivera, sin embargo, al poco tiempo se aleja de los temas sociales.
César Rengifo se mantuvo fiel al Realismo Social. En su trabajo referido al agro, al éxodo campesino o a la marginalidad suburbana, puede apreciarse la preeminencia del mensaje social más que en cualquier otro representante del movimiento.
Gabriel Bracho, logra en su pintura disminuir el papel del paisaje en beneficio del contenido social, político o histórico, con énfasis en lo gestual y el dinamismo de las masas.
Es la primera vez en nuestra pintura que surge un movimiento que cuestiona la estética formal del paisajismo. Sin embargo, el movimiento no fue lo suficientemente estructurado para romper con la tradición. Además las nuevas generaciones que, al estudiar en la misma escuela, tomaron partido por las vanguardias europeas.
