Se activa con nuestra química personal.
Y dependiendo de nuestro día, deja una estela festiva o etérea, radiante o melancólica, pero yo diría que siempre sensual.
Sin él, siento que me falta algo.
Una vez leí que todo el que espera ser besado debe usarlo.
Sí, es el perfume.
Hay que llevarlo con discreción claro, pues a veces puede resultar invasivo.
Esta reflexión viene al caso porque cada mañana veo a mi favorito casi vacío y pienso que tengo que reponerlo, pero mágicamente al apretar el atomizador, siempre sale una gotita y hasta dos, divinas y fragantes.
Y así día a día, el misterioso bálsamo se negaba a morir y siempre conseguía exprimirle al frasco un poquito más.
Hasta hoy.
Ya lo dijo esa dupla de cantantes de salsa, Lavoe&Colón, suerte de filósofos tropicales: “Todo tiene su final, nada dura para siempre…”
Salí a la perfumería y me compré mi esencia favorita. Un dinero muy bien invertido.
Antes de reciclar el viejo y agotado envase que tantos días fue compañero de la alquimia de mi piel, no pude resistir la tentación y apreté por última vez el atomizador.
Por más vacío que parecía, el cristal me regaló su persistente aliento, tan intenso y seductor como el primer día.
Como siempre, hice mis extrapolaciones filosóficas triviales y concluí que nunca, nada, ni siquiera uno mismo, está tan agotado ni vacío como uno se imagina.
¿Será que hay que reescribir aquella canción? ¿Será que hay que vivir así?
Dando, ofreciendo algo de nuestra esencia, hasta, nunca la última, siempre la penúltima gota.