Marcelo Capozzolo es un muchacho muy tímido, tanto, que su desbordante simpatía personal a veces está arrinconada por esta timidez. No le gusta el fútbol. No lo odia, pero le da mucho fastidio verlo, sentirlo y vivirlo como lo viven su hermano Ariel, sus primos y mucha gente con la que comparte.
Sin embargo, no es momento de pensar en la gente de Buenos Aires. Sólo quiere disfrutar de los Roques. Le angustia un poco pensar que su semana allí pase rápido. A Marcelo le parece que Yurubí es bellísima, la ha visto un par de veces en la posada y sabe que es la mujer más bella que ha visto desde que llegó a Venezuela. Quisiera perseguirla con la vista cada vez que se le aparece, por supuesto no se atreve.
Una noche ve un grupo de jóvenes viendo hipnotizados el televisor. Allí está también Yurubí viendo el televisor con muchísima atención. Marcelo se siente atraído por lo que parece ser una batalla. Siente cierta emoción indescifrable viendo aquella confrontación del televisor.
De pronto, sin explicación alguna ha quedado atrapado sin saber exactamente de qué se trata aquello. Una rara sensación de apasionamiento se le inocula en el cuerpo. Llega alguien desprevenido y pregunta por lo que pasan en el televisor. Y en ese momento Marcelo escucha una frase que lo terminará de convertir a ese credo inexplicable: “el caracasmagallanes”.