La ciudad quedó, para el sábado en la noche, totalmente paralizada y se cree que mucha gente murió tanto de agotamiento por falta de alimentos, como de asfixia nerviosa y ataques del corazón, en ese mundo pavoroso donde todo se perdía en un blanco sudario.
Finalmente, el lunes en la tarde, la niebla comenzó a levantar, y ante los ojos estupefactos de los londinenses se descubrió un panorama increíble; cadáveres en las aceras y calles, autos chocados, volteados, buzones destrozados, vidrieras rotas, cajas, sombreros, carteras, zapatos, regados por las calles y la basura en montones gigantescos por todas partes. El saldo del insólito fin de semana fue de 4.000 defunciones, daños materiales por muchos millones de libras esterlinas y un nuevo y temeroso respeto de los ingleses por su ya no tan familiar niebla londinense.