Cuentan historiadores que su origen es la fusión de alimentos de colonos y criollos unidos en una masa de maíz , envuelta en las hojas de plátano donde se cuece. Da como resultado un plato que además de ser un exquisito alimento, representa cultura, costumbre y tradición.
Según las regiones varían sus ingredientes y se vuelve “ la Caraqueña”, “la Gocha”, “la Oriental”, la Maracucha”.
La preparación se convierte en un festival de colores, un festín exótico de aromas y sabores. Para quien respete la tradición es una celebración. Se reúnen familia y amigos, se anima la fiesta con aguinaldos y gaitas , se riega con ponche crema, ron…la gente ríe y se divierte, pero sobretodo comparte.
Cada uno asume una tarea: el que corta los ingredientes, quién hace el guiso, quien amasa, amarra, lava hojas en fin, un verdadero trabajo de equipo . Habría que decir que la unión hace la hallaca. Al final todos comen, saborean en un ritual que va pasando de generación en generación bajo el lema: ” la mejor hallaca es la de mi mamá”. Cuando las madres se van, heredamos las recetas junto con el legado y el compromiso de proseguir la tradición, honrando su memoria.
La hallaca es sinónimo de paciencia, de perseverancia, de mucho trabajo por amor al arte. Al abrirla encontramos un lingote de masa amarilla, que en su corazón lleva un arcoíris de colores.
Pero sobre todo, es un símbolo de las diferencias que se mezclan armoniosamente sin perder identidad, potenciando la singularidad. Abrir una hallaca estando lejos es hacer un viaje a Venezuela, ver nuestra exótica vegetación en el plato y encontrarse con un sol amarillo que calienta el corazón de quien la prueba, es la presencia del pasado y el presente, es la esperanza en el futuro, en la familia, en los amigos y en la humanidad.

Asimismo realizó estudios de sexualidad y terapia familiar en la Universidad Complutense de Madrid.
Actualmente vive en Espinho, ciudad próxima a Porto.