A un niño le levanté mi pulgar como aplauso mientras bebía agua. Me dijo que yo amaba mucho Facebook. Sin duda, él ignoraba que siempre hemos usado el pulgar elevado para favorecer o aprobar algo/alguien.
Le expliqué que usar el pulgar, exultante (satisfecho) y hacia arriba, es tan antiguo como los huevos de la gallina; pero el asunto ha cobrado valor en el mundo digital. Hoy, miles de Megusta se dolarizan en gigantes plataformas, claro, previamente, escuchamos la cancioncita: por favor, suscríbete, dale clic a Megusta. Estas incitaciones inflan el yo de cualquiera.
Millones braceamos en mares llenos de pulgares altos o Megusta. Los estudiosos lo llaman autoestima, exaltación del ego. Una antropóloga va más lejos y denomina el fenómeno como Megustéame. Ella dice que hemos inventado un salvavidas que aplaude, aprueba y contabiliza los Megusta como la mejor forma de reafirmarnos en esta cotidianidad.
Megustéame es una exposición o mandato de redes sociales que ha perdido discreción. La repetición “Me” seduce, motiva, retrata y persigue, y nos invita a valorizar cientos de perfiles con un clic.
Lo confesamos, Megustéame rescata vistas aceleradas, ojos a media vía, ojos y mentes a pie descalzo y uno que otro ojo de mente reflexiva. Sobre todo, Megusta brinda vida, eleva la presión arterial social mediante la presencia de amigos, conocidos o desconocidos en la palestra digital.
Si el pulgar es tan vital en los medios de información, también lo es en su información anatómica: posee una arteria digital -sí, digital- palmar para la función de la mano.
¿Será Megustéame nuestro filtro digital? Por mi parte, valoro sus Megusta.