Gente que Cuenta

Mi mamá, míster T y yo – Roberto Giusti

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Rembrandt
Retrato de hombre viejo (detalle)
Rembrandt
c.1652 – 1654

Mi divorcio corrió parejo con la llegada de mi mamá, quien solía venir a Oklahoma por temporadas pero seguía viviendo en Colombia. En esta oportunidad venía para quedarse con todo y sus  77 años. Un par de semanas fueron suficientes para saber que su edad avanzada no era sino un pretexto para quedarse a vivir en Oklahoma City.

Hasta ese momento mis hermanas y yo presentíamos algo raro en el comportamiento de ella porque, a pesar de que siempre le ha gustado la jardinería, se pasaba mucho tiempo regando las matas, podando los setos y quitando la maleza en el extenso jardín de la casa. Cuando le pregunté por qué siempre que salía de la casa la veía “conversando” con míster T y le pongo comillas porque ni ella hablaba inglés ni él hablaba el español. Me respondió que le tenía mucho aprecio y que, asombrosamente, compartían gustos por la música porque a él le encantaba el vallenato. Pero no sólo para oírlo sino también para bailarlo. Claro,  nunca con el ritmo y el sabor de mi papá.

-Somos amigos…. buenos amigos –me aseguró mi mamá cuando le insistí sobre esa curiosa amistad.

Pero yo quería saber qué estaba pasando entre estos dos ancianos, hasta qué punto llegaba esa relación y cuánto sabía la esposa de míster T, una viejita delgada y de dulce trato, conectada a una cánula para recibir oxígeno. Lo último que yo quería era hacerle  daño a una dama como ella, inteligente y posiblemente de mente abierta, ante una pasión ajena pero cuyo ardor resultaba ya inocultable.

Míster T y yo nos conocimos a principios de siglo en la casa de los Thomas, quienes hacían muchas fiestas en su casa, situada al frente de la nuestra (yo vivía con mi hijo Manuel) y a un costado de la de  míster T. Allí descubrimos que éramos vecinos y que nos entendíamos a mil maravillas a pesar de que yo no hablaba inglés y él no sabía una sola palabra de español. Por lo que deduzco que el nuestro fue un amor a primera vista, pero un amor mudo, matizado con muchos vallenatos y una arboleda bajo la cual nos encontrábamos para refugiarnos luego en una antigua caballeriza.

Un día le pedí a  Mister T que viniera a mi casa para reparar una lámpara que había dejado de funcionar.  Él  me dijo que con mucho gusto pero que necesitaba algunas piezas eléctricas que debía comprar en Walmart. De manera que los dejé a los dos solos y cuando regresé, haciendo mi entrada a la casa sin hacer mucho ruido  vi a míster T salir del baño y tropezar con un espejo que se rompió en mil pedacitos.

Ella se daba cuenta cuando se iba a dormir porque prendía una lucecita. O la apaga para indicar que la quiere ver. Antes el cultivaba fresas y se las regalaba. Cuando se ponen bravos dice que se va a Colombia y él le pide que no lo haga. Dice mi mamá: “No lo he visto. No ha salido. Voy a terminar con él”.  Cómo le digo. Y anota el cuaderno. Ha sido recíproca la relación. Como iba a Colombia y había una señora bruja que leía las cartas. Se pone a barrer hojas. Y ahi se le pierde la dentadura. Lo mismo con los zarcillos.

Yo he tenido muchos enamorados, pero mi gran amor ha sido el de míster T. Él es mi razón de vida aunque estoy consciente que el nuestro es un amor imposible porque él es un hombre casado. El me llama y yo acudo. Siempre nos vemos y cuando estoy libre prendo la luz del porche para que salga y nos veamos sin que nadie no vea a nosotros en la parte de atrás de la casa.

Roberto Giusti
Roberto Giusti nació en Rubio, Venezuela. Se graduó en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, y tiene en su haber tres premios nacionales de periodismo. En los años 90 cubrió para la prensa venezolana el derrumbe del imperio soviético.
ragiusti@gmail.com

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