Desde que me volví “señorita” y durante muchos años, mi peso era perfecto y, modestia aparte, tenía una buena silueta. No porque me cuidara mucho, para mí no existía una relación directa entre lo que se come y lo que uno pesa, y desordenadísima comía cualquier cosa a cualquier hora.
Dos meses después del nacimiento de Ceci, ya entraba en mis tallas anteriores al embarazo, y después, cuando comencé en serio a hacer ejercicio, a mis efectos era para aliviar el stress. Más nada.
Una amiga que hace tiempo que no veo me dijo por FB: “niña! estás estupenda!!, a lo que tuve que responderle de inmediato que era una foto vieja
El tiempo fue pasando, y empecé a sentir que me vendría mejor una talla más, porque siempre me gustó la ropa holgada, no se vayan a creer…
Hasta aquí sin novedad, pero con el “quédate en casa” como me cambiaba una pijama por otra, no me vine a dar cuenta de que estaba en talla bombona de gas sino cuando me tocó volver a vestirme con ropa de calle. Ni modo, no me entraba nada, ¡ni siquiera la ropa holgadita!
Para colmo, mis centros de acopio de los nuevos kilos fueron la papada y la barriga, y ahí sí, la procesión quedó en evidencia.
Una amiga que hace tiempo que no veo me dijo por FB: “niña! estás estupenda!!, a lo que tuve que responderle de inmediato que era una foto vieja. Igual los he engañado a ustedes con la foto de mi perfil, mucho más reciente que la de FB, pero no del todo fidedigna, digamos…
Como no me miro mucho en el espejo, no pasa nada, pero cuando salgo a la calle y me veo reflejada en una vitrina, no me termino de creer que esa matrona venga a ser yo.
Pero bueno, suerte la mía de sentirme como un pipote pasados los sesenta y pico. Hay quien comienza desde mucho antes…