En la mañana de ese día Hitler había despedido en viaje trasatlántico hacia América una nave dirigible alemana: El Graf Zeppelin Hindenburg, esplendido producto del genio germano. Este dirigible flotaba serenamente en los cielos gracias a 200.000 metros cúbicos hidrógenos almacenados en el interior de su aerodinámica armazón de acero y aluminio; y para Hitler el Graf Zeppelin, con sus esvásticas pintadas en los timones era algo así como un símbolo de la nueva Alemania para el mundo entero.