La nave mientras tanto se consumía en gigantescas llamaradas que iluminaban grotescamente las pequeñas figuritas humanas que huían desesperadas de la masa llameante que se precipitaba sobre ellos. En medio de ese dantesco infierno, algunos lograron salvarse en forma increíble. Leonard Adelt el escritor y su esposa, saltaron desde 12 metros de altura logrando escapar ilesos. Un joven camarero del dirigible, Werner Franz de 14 años, apareció de repente en medio del infierno de hierro al rojo vivo y llamas gigantescas, completamente ileso y chorreando agua. Lo salvó un depósito que reventó sobre él, bañándolo con el fluido salvador y protegiéndole así del intenso calor.

No corrieron igual suerte muchas de las personas que viajaban a bordo, así como las que esperaban abajo. La rapidez y la violencia con que ocurrió todo atraparon a muchos por sorpresa. En medio de una densa nube de humo el orgulloso Zeppelin, ya en el suelo, ardía como una inmensa pira funeraria. Las ambulancias mientras tanto habían comenzado a llegar y se improvisó un hospital de emergencia en uno de los grandes hangares del aeródromo. Hasta allí comenzaron a llegar los cadáveres y los heridos. Uno de los practicantes que servía en la ambulancia iba y venla con una jeringa del tamaño de una bomba de bicicleta tratando de ponerle a todo herido una inyección de morfina.
El capitán Lehman, comandante de la nave se había salvado al saltar hacia el suelo. La caída le rompió la columna vertebral, y lo único que atinaba a decir era que un rayo había sido el causante del incendio. La causa real nunca pudo ser establecida con seguridad, pero lo que sí pudo confirmarse fue la enorme peligrosidad del gas hidrógeno, el cual estalla y se incendia con la más mínima chispa.
