Serían más o menos las 2 de la mañana, cuando el teléfono de emergencia despertó a Adolfo Hitler. Este se encontraba en su casa de Berchtesgaden y al levantar el teléfono el impacto de la noticia lo hizo palidecer.
Para el Fuhrer, que aquel símbolo del genio aeronáutico alemán se hubiese quemado en cuestión de minutos era algo inconcebible. Es posible que él no lo haya pensado, pero es seguro que otros sí lo hicieron; la flamígera destrucción del Graf Zeppelin, con sus swasticas arrogantes, era como un presagio de la hecatombe que sólo 7 escasos años después acabaría con ese Tercer Reich que iba a durar 1000 años.