Gente que Cuenta

Armonía social – Roberto Giusti

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Calle de Norman, frente al Café Plaid

Cuando nos dijeron que nuestro destino era una ciudad del sur de los Estados Unidos, me vino a la mente el estereotipo más socorrido que sea dable imaginar: en la calle principal, polvorienta y ruidosa, un vaquero de rostro duro, protegido del sol por un Stetson de ala ancha, botas tejanas puntiagudas y embarradas y un colt 45 a la altura de la cadera, amarra el caballo a la entrada del saloon, donde exigirá, con voz ronca, un trago de Evan Williams para luego salir a la calle y enfrentarse en duelo con el forajido del pueblo.

¿Dónde están las llaves?

Nada que ver. Fantasía de quincalla vieja. Norman, el sitio a donde llegué con la familia, aventado por la tragedia venezolana, ofrecía a los ojos del recién llegado un entorno más bien idílico. En pleno invierno decembrino, la ciudad, envuelta en la nieve, fenómeno poco usual para un estado del sur de los Estados Unidos, se mostraba silenciosa y desierta por la ausencia de profesores y estudiantes de la Universidad de Oklahoma.

Con la ayuda del GPS no resultó difícil localizar el apartamento del profesor venezolano, quien nos lo dejó en sus vacaciones decembrinas mientras encontrábamos un sitio donde vivir. A dos cuadras del imponente campus de la Universidad, en una edificación de dos pisos, la primera novedad fue encontrar abierta la puerta del apartamento. Nuestro amigo nos había dejado las llaves con otro profesor que ese día estaba fuera de la ciudad y éste nos avisó por teléfono que “entren no más y pónganse cómodos”.

Provenientes de una ciudad donde casas y apartamentos se convierten en infranqueables fortalezas, provistas de toda clase de artilugios para evitar el robo, el atraco o el asesinato, nos resultaban insólitas las facilidades que se le ofrecía a los malandros. Con el tiempo comprenderíamos que las cosas son así porque simplemente no hay malandros en Norman y si los hay, todavía no nos hemos topado con ninguno. Comprenderíamos también, que lo de la puerta abierta no era una curiosidad excepcional sino el resultado de un estilo de vida donde el principio de la buena fe y los castigos contemplados para quienes se salgan de la norma, comprenden una combinación de factores que van más allá del respeto a la propiedad privada y se refuerzan con altas tasas de empleo, en una economía que, bajo la presidencia de Obama, alcanzó una recuperación parcial.

Contra los estereotipos

En Norman, a 20 millas al sur de Oklahoma City, reina la tolerancia. Rodeada por un entorno geográfico de mentalidad conservadora, en esta ciudad de unas 130 mil personas, de las cuales 30 mil son estudiantes procedentes de todas partes del planeta, conviven los nativos y toda clase de minorías, no se diga de ideas encontradas, en un ambiente propicio para la tarea académica. No en balde la O.U. está en el puesto 44 en el ranking de las 50 mejores universidades públicas de los Estados Unidos (U.S. News and World Report).

Algo similar ocurre con la educación primaria y en el bachillerato. En el High School de Norman, donde no se paga un centavo, conviven los hijos de los emigrantes latinos con los de la clase alta y media. La mezcla es total e indiscriminada: negros con blancas, vietnamitas con salvadoreños, africanos con chinas, mexicanas con gringos. Basta pasearse por el estacionamiento para toparse con una diversidad aún más rica. Allí encuentras, por ejemplo, las “trocas”, (así llaman los latinos a las camionetas de los granjeros, generalmente embarradas, sustitutas mecánicas del caballo) o con BMWs y Porshes conducidos por imberbes que apenas superan los 16 años. Pero también te consigues con reliquias como un Volkswagen Escarabajo de los 60, propiedad de un viejo profesor nostálgico y melenudo.

Tolerancia, convivencia, integración, respeto por lo ajeno y buena fe son virtudes que el recién llegado no entiende al principio (el estereotipo dominante indica lo contrario) y sobre todo si viene de un país hundido en la intolerancia, el odio, la violencia y la corrupción, factores que son parte sustancial de una sociedad donde la búsqueda del conocimiento resulta imposible ante la liquidación progresiva de las universidades.

Así, la satisfacción de las necesidades básicas y la abundancia, en bienes y servicios, aunque muchas veces superfluos, generan un clima de armonía social. A diferencia del rostro tenso y desconfiado, siempre a la defensiva, de hombres y mujeres acongojados por el temor, que distingue al venezolano de hoy, en Norman el semblante de sus vecinos habla de placidez. Placidez que se manifiesta en hechos aparentemente intrascendentes como la sonrisa que las “normandíes” te dedican al cruzarte con ellas en una calle, señal, que en otras latitudes sería interpretada (por los machos men) como algo muy distinto a lo que no resulta otra cosa sino eso, un saludo.

Roberto Giusti
Roberto Giusti nació en Rubio, Venezuela. Se graduó en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, y tiene en su haber tres premios nacionales de periodismo. En los años 90 cubrió para la prensa venezolana el derrumbe del imperio soviético.
ragiusti@gmail.com

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