Una vez recorté muñequitas de papel sin propósito definido. Como era muy niña, solo recuerdo la emoción del regalo porque era una libreta grande, que en vez de textos traía una muñeca con muchos vestidos, en cada hoja había cinco. Podías levantar a la muñeca del papel, despegar los vestidos y probárselos.
Se diferenciaba de las que se publicaban en los suplementos dominicales, o en los suplementos especiales de muñecas de este tipo, de papel periódico coloreado, porque esas eran endebles y más comunes.
Vestir a las muñecas sería el principio de una de mis aficiones más duraderas: el corte y costura.
Entonces no lo sabía, pero ajustar falditas y pantalones con aquellas tiritas de papel blanco que sobresalían del modelo y se ajustaban, todo en dos dimensiones, me llevó a querer coser ropitas para mis muñecas de plástico, en vez de pelear para que me las compraran en la juguetería. Por último, me hice mi propia ropa, afición que mantuve muchos años y que encontró su máxima expresión cuando cosí los disfraces de mis hijos cada Carnaval, ya se tratase de hadas, brujas, gitanas, ángeles, Robin Hood o Superman.
Recuerdo el zaperoco que se armó una tarde cuando mi hijo, de auténtico Robin, sacó de su carcaj casero una flecha con punta de goma que fue a dar directamente al ojo de un primo, quien lloró casi toda la fiesta de un febrero. Por eso hubo que castigar al héroe de Sherwood con un duro regaño en voz alta, para que la madre de la víctima se diera por satisfecha.
Sé que hay todavía mucha muñeca de papel por ahí, pero se ven un poco anticuadas. No hay nada tan lujoso y variado como los juegos on line para disfrazarlas de princesas, vestirlas a la última moda, peinarlas, maquillarlas o disfrazarlas. Lo que pasa es que en la computadora se pierde emoción por sobreoferta. Hay tanta ansiedad y satisfacción cuando se descubre una bella muñeca de papel, al recortarla, vestirla y coleccionarla… Las emociones quedan ahí, siempre intactas, exclusivas… e inigualables.