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Hace unos veinte años, en un hermoso día de verano, me encontraba envuelto en una de las cosas que más me desagradan: comprando un carro. Mientras el vendedor nos mareaba con diferentes opciones, nuestros hijos estaban en “la zona de los niños”. Allí, entre varios entretenimientos, había un juego de video que era el más popular. De manera espontánea, cada vez que el “game over” salía en la pantalla, el niño/niña se quitaba del puesto para dejar al siguiente en línea jugar.
De pronto, un niño nuevo llegó al grupo. Al llegar al juego, luego de perder, no se retiró del asiento y continuó jugando. Mi hija, Andrea, estaba detrás de él en la fila. Luego de que esto pasara una vez, una segunda vez, a la tercera vez, Andrea -quien tendría no más de tres años- lo tomó por el cuello y le dijo “niño, a’ turno”, lo desplazó del asiento, procedió a sentarse a jugar y así reanudó el orden preestablecido.
Recordando el momento, que fue por demás hilarante, no puedo dejar de pensar que Andrea, con su acción, fue proactiva, justa y resolvió una situación de conflicto. En pocas palabras, asumió -probablemente sin saberlo- una posición de liderazgo.
En este mes celebramos el mes de la historia de la mujer. Yo he tenido la gran suerte de tener grandes mujeres a lo largo de mi vida. Mis abuelas -Celia y Ana María- navegaron circunstancias difíciles en sus familias y en los tiempos que les tocó vivir. Tengo una madre extraordinaria -Dorita- que me inculcó el amor por la lectura y por las artes. Mi madre americana -Cathy- me enseñó el valor de la paciencia, la calma y la comprensión. Mi esposa -Maray- es un ser único como compañera de viaje y como madre.
Profesionalmente, también tuve la suerte de tener grandes mentoras. Entre ellas y a riesgo de no mencionar a muchas de ellas: mi profesora de Anatomía, la Dra. Carmen Antonetti, que me inculcó la importancia de tener una participación global en la Universidad Central de Venezuela, mi Alma Mater. La Dra. Marcelle Willock -quien fue la primera mujer Jefe de un Departamento en la Escuela de Medicina de Boston University, entre otros logros pioneros para una mujer de color y latina- me brindó la oportunidad para entrenarme bajo su sombra y me sirvió de guía por muchos años. La Dra. Joy Hawkins, con quien he discutido cada movimiento de mi carrera profesional por los pasados veinte años.
Por ende, soy fanático del liderazgo femenino. El cual – cuando es de alta calidad- no es disimilar al de una buena madre. Es un liderazgo compasivo y comprensivo pero firme y orientador. Estoy seguro de que cada lector podrá reconocer una mujer clave en su vida y si son afortunados de aún poderlas contactar, tomen un momento para agradecerles su influencia. Es, después de todo, el mes de la historia de la mujer y por ella o ellas, somos historia también.