Gente que Cuenta

Otro día en la oficina, por Álvaro Ríos

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“—Dije que te pagaría bien, ¿recuerdas?
—Tú mandas —dijo a la vez que tomaba el dinero y se alejaba hacia la salida”.

Gonzalito bajó la mirada para cambiar la radio de estación. Al levantar la vista fue cuando las vio: era una mujer alta ataviada en una pañoleta y lentes de sol que acompañaba a una señora entrada en años.

Detuvo el auto y enseguida abordaron.

—A los altos de Santa Elena, le pagaré muy bien —expresó la mujer.

Aquella voz le pareció conocida; sin embargo, se limitó a mirar por el retrovisor: la mujer ayudaba a la otra a limpiarse algo en la boca.

—Descuida, llegaremos pronto —le hizo saber.

Cuando el auto se desplazaba por la avenida Lara, casi a la altura del Tiuna, la mujer murmuró:

—En el semáforo cruce a la izquierda y avance hasta el final.

Un instante después, la dama mayor comenzó a jadear, como si le faltara el aire.

—Por esa entrada a la derecha, por favor siga hasta la puerta… —dijo la mujer un tanto inquieta.

Gonzalito detuvo el auto a un par de metros de la puerta y de inmediato acudió al rescate. Entre los dos tomaron a la señora y entraron a la casa.

—Voy por su medicina, quédese con ella un momento por favor…

Y mientras la mujer buscaba, Gonzalito miró los muebles, las paredes, los cuadros, el bar, “esta gente debe estar forrada”, pensó.

La mujer apareció con unas píldoras y un vaso de agua que suministró a la señora, y esta, pasado unos minutos, fue presa de los brazos de Morfeo.

Gonzalito ayudó a subirla a su habitación y posteriormente regresó a la sala. Al rato la mujer, envuelta en una bata muy ligera, bajó para hacerle compañía.

—Tito González, ¡vaya! Qué difícil ha sido encontrarte. ¿Sorprendido?

—¡No puede ser!

—¿Eres agente de la CIA o algo así? ¿Qué rayos haces manejando un taxi? ¿Recuerdas que rompiste mi corazón? ¡Aquello fue horrible! Pensé que jugabas para los Marlins, pero en realidad lo hacías para Las Panteras Rosas.

—No era cierto, lo inventé para que te alejaras de mí…

—¡Demuéstralo! —dijo la mujer a la vez que desató un nudo y dejó caer la bata como agua de una cascada.

Un par de horas más tarde, ambos se encontraban de pie en medio de la sala. Ella extendió el brazo y con una sonrisa pícara le ofreció un manojo de billetes.

—Es demasiado —dijo Gonzalito.

—Dije que te pagaría bien, ¿recuerdas?

—Tú mandas —dijo a la vez que tomaba el dinero y se alejaba hacia la salida.

Entró al auto, lo encendió y se aferró al volante y la palanca. Antes de colocar en posición “D” miró a lo lejos.

—Ojalá que Javier jamás se entere de este asunto —dijo antes de arrancar.

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Álvaro Ríos. Maracay, Estado Aragua, Venezuela, 1965. Vive actualmente en Barquisimeto, Estado Lara. Es Ingeniero Electricista, Profesor Universitario y Escritor de cuentos, poesía y ensayo. Es autor de los libros “Sendero de Sombras” (poesía), “Efimerario” (brevedades), “Dilemas en el aire” (poesía) y “Criaturas Mínimas” (cuento). Ha sido colaborador de los diarios “El Impulso” y “Diario de Lara” en la ciudad de Barquisimeto. Algunos de sus cuentos han sido publicados en el portal “Letralia”.
alv_rios@yahoo.es

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