Gente que Cuenta

Radiografía de una hazaña, por Victorino Muñoz

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Caricatura de Miguel Cabrera, cortesía de Rayma Suprani

Alguna vez traté de practicar béisbol. Mi problema no fue atrapar, ni correr las bases, ni lanzar. Nada de eso. Simplemente era que no bateaba. A pesar de que era una categoría infantil, en la que los lanzadores no se caracterizan por su excesiva velocidad. No daba bate con bola, como dice el refrán (adaptado al béisbol).

¿Cómo será ese asunto en las Grandes Ligas, donde los serpentineros alcanzan velocidades supersónicas? Imagínese el lector: se acerca un carro a más de 150 kilómetros por hora, pero usted sólo se da cuenta de eso cuando ya está a 19 metros (la distancia del montículo al home). No le daría tiempo de reaccionar. Qué bueno que en nuestro caso es sólo imaginación.

Pero esta es la realidad del día a día de un pelotero en las Grandes Ligas: ver venir esa pelota, a tal velocidad, y tratar de pegarle con un palo que mide 7 centímetros de diámetro. ¿Le parece difícil? De paso tiene que procurar que caiga en un espacio de terreno donde no esté ningún fildeador, de esos que siempre están pensando sólo en atrapar la bendita pelota para quitarle la alegría al bateador.

Conectar con el madero es difícil, batear un hit cuesta la suyo. Conectar 3000 no podemos llamarlo sino proeza. Desde que comenzó a jugarse béisbol (la primera serie Mundial es de 1903), es posible que hayan desfilado por el home plate unos 150.000 jugadores. Hasta los momentos, en la MLB apenas 31 jugadores habían llegado a los 3000 hits. Ahora con Cabrera son 32. Pero sólo 7 tienen esa cantidad de inatrapables y además 500 jonrones. Y Cabrera también es uno de ellos.

¿Cómo será eso de levantarse todos los días y entrenar y entrenar y entrenar y practicar y practicar y practicar y batear y fallar y volver a batear y dar un hit y volver y una temporada y la otra…? Hasta que, tras una larga carrera de 20 años y 2600 juegos, llegas a 3000 hits. Nada más de pensarlo uno se cansa.

Hay muchos jugadores que hacen tan solo una pasada por la MLB, como quien visita y no se queda ni a comer. Y son pocos los que llegan a establecerse y mantenerse por muchos años en ese nivel: el cansancio físico y mental, las lesiones, otros planes o expectativas… tantas cosas se pueden atravesar en el camino. Pero cuántos no habrían querido llegar hasta allí, hasta donde las águilas se atreven. Simplemente no pudieron y se quedaron a la mitad o tal vez menos.

Claro, no se crea que esto es cosa de suerte, ni de un día. Es el fruto de un esfuerzo sostenido, física y mentalmente. Y afortunadamente, Dios siempre concede la victoria a la constancia, y a Miguel Cabrera también.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
Foto Geczain Tovar

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