
Collage realizado a partir de la Lección de anatomía de Rembrandt sobre un desnudo cubista de Picasso, 1999
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Mi abuela materna, Celia y a quien llamábamos la Mamina fue una educadora excepcional. Le enseñó a generaciones de párvulos sus primeras letras y números. Era la mezcla perfecta de ese amor materno del bueno, amorosa pero firme, muy firme. Yo no solo fui uno de sus discípulos, sino que tuve la dicha de verla en acción por muchos años y aprender de ella ese arte del enseñar y educar.
A pesar de que en mis años en el Loyola de Caracas le daba ayuda a mis compañeros de clase -recuerdo especialmente enseñándole al “Chucho” y al “Cifu” (altos “panas” y mejores surfistas) química orgánica. Pensé equivocadamente que la decisión de optar por la carrera medica me separaría de la enseñanza.
No pude estar más errado, esa semilla de enseñar que me sembró la Mamina, se multiplicó en la escuela de medicina y se convirtió en parte inseparable de mi práctica. Así fuese aclarando un concepto de farmacología o fisiología, o demostrando un aspecto del examen físico o dirigiendo a alguien hacer su primera sutura, entendí que enseñando no solo ayudaba a un compañero o compañera, sino que me ayudaba a mí a solidificar mi conocimiento y mis destrezas clínicas.
Durante el resto de mi carrera seguí con ese gusanillo del enseñar. Como residente recibí reconocimiento de los estudiantes que rotaban por el servicio de anestesiología. Como director del postgrado y luego jefe de servicio se sucedió de la misma manera con los residentes.
En el 2020, decidí tomar un camino distinto en mi carrera y asumí un cargo administrativo de alto nivel en uno de los mejores Hospitales de Boston. Pero a pesar de que con mi equipo hemos logrado grandes avances, sentía ese vacío que al principio no entendía pero que era ese del enseñar. Trate con parcial éxito, manteniéndome activo dando conferencias y charlas, pero sin llenarlo del todo. Hace poco más de un año tomé unos días de “auto-retiro” y después de una revisión interna y personal, redescubrí que mi pasión y mi propósito no es solo el de curar o aliviar sino el de enseñar y entrenar a las nuevas generaciones de profesionales de la salud.
Así que después de casi treinta años en Boston decidí retomar una vida académica, esta vez en la ciudad de New Orleans como jefe de servicio de Anestesiología en la Universidad de Tulane.
Porque al final del viaje una de mis mayores satisfacciones es haber visto a la gran mayoría de mis alumnos tener exitosas carreras y en algunos casos superar a su maestro. Como una vez me dijo la abuela: “yo estoy aquí para enseñarles a cruzar el puente, y cuando lo cruzan, me quedo de este lado feliz y lista para enseñar al siguiente alumno”.

rubenjazocar@gmail.com