Gente que Cuenta

Roberto de la Fuente

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Roberto de la Fuente

Desde muy lejos, de algún lugar aún desconocido, con una lengua que no tiene parentesco en América, los Yanomami, “los que viven en casas” se establecieron en la remota Sierra Parima cerca de donde nace el río Orinoco. Allí se hicieron fuertes e iniciaron la ocupación de las cabeceras de los ríos que bajan de esas montañas, en un proceso de expansión demográfica particular con el que lograron adueñarse de una vasta zona de bosque lluvioso entre Venezuela y Brasil.

Descritos por Humboldt y Bonpland en 1800, los Yanomami han sido conocidos como Guaharibos y Guaicas. Hasta su contacto amplio, a mediados del siglo XX, han permanecido aislados, soberanos y libres como únicos sobrevivientes de la aculturación sistemática que ocurrió en las Américas tras la llegada de los europeos cinco siglos atrás.

En Agosto de 1991 participé como ilustrador naturalista en una de las expediciones multidisciplinarias que condujeron el antropólogo Napoleón Chagnon y el explorador Charles Brewer con la finalidad de estudiar y asistir a varias aldeas Yanomami no contactadas previamente en la remota cuenca del río Siapa y la sierra de Unturan, en el Amazonas venezolano.

Las imágenes de la muestra son una interpretación gráfica de la vida cotidiana Yanomami, desde una perspectiva testimonial, que nos invita a adentrarnos en un reservado mundo paralelo de seres humanos únicos en su género, cuya cosmovisión se transmite en forma oral de una generación a otra en elocuentes rituales.

Después de volar en helicóptero por cuatro horas desde Caracas, al entrar al shabono (comunidad) comprendí que el viaje hasta allí tenía una dimensión geográfica muy importante, claro está, pero también había sido una travesía en el tiempo hacia una época muy distante, tal vez como cuando nuestros ancestros vivían en Eurasia unos 10.000 años atrás, pero en este caso, sofisticadamente conectados con el bosque megadiverso Neotropical.

El elevado sentido estético Yanomami alcanza su máximo esplendor en el ornato corporal; refinados dibujos de onoto y hollín al que incorporan una ilimitada paleta de coloridos tocados hechos con plumas de sus aves mas exóticas y pieles curtidas, como ofrenda para sus huéspedes en las periódicas visitas a sus aliados de otros shabonos. También la guerra tiene sus códigos estéticos en los que predomina el negro de humo, asociado a los espíritus malignos que se desvanecen en el aire, quizá como una metáfora de los claro-obscuros del alma.

Los sueños y las alucinaciones inducidas por sus plantas mágicas son una extensión de la realidad, interpretada de una forma cultural muy específica en la que los hekuras (espíritus auxiliares) son atraídos por los shamanes hacia su pecho para albergarlos y enviar desde allí maleficios contra sus enemigos en la distancia, o lo contrario, efectuar curaciones a sus parientes cercanos, en una puesta escénica de cantos y danzas, con todo un simbolismo propio.

Afortunadamente los yanomami no son tan humildes como para someterse a otra cultura; se ufanan de ser Waiteri (valientes, aguerridos) y parecen estar claros en mantener su identidad cultural y las tierras que habitan.

En agradecimiento a los Ashidowa-teri y Dorita-teri por habernos albergado en sus casas y habernos mostrado la cara muy humana del Alto Orinoco. Caracas 27 XI 2021

 robertodelafontana@gmail.com