Cadenas y cautiverio, esclavitud, esas cosas, están inevitablemente asociadas. “Todo aquel que anda de noche arrastrando las cadenas…” cantaba el Gran combo de Puerto Rico. ¿Se acuerdan? Por allá a comienzos de los años 70.
Es que las cadenas, a no ser de las que cuelgan medallitas, siempre han tenido muy mala fama.
Resulta que me parece que casi tan viejo como la canción, un buen día en la televisión venezolana apareció un comercial de lavaplatos. Nada sofisticado desde el punto de vista de producción y no creo que se haya hecho merecedor de algún premio de esos de publicidad. En cambio, quedó marcado en nuestras memorias.
El locutor decía: “¡Libérese! ¡Rompa las cadenas”, mientras una mujer frente a un lavaplatos hasta el tope de cosas por lavar estiraba los brazos y se liberaba de las cadenas a las que estaba atada.
No parecería que en aquella época los lavavajillas estuvieran muy presentes, o a lo mejor el comercial estaba dirigido a un público que no podía comprarlas, pero a lo que voy es que la escena quedó marcada en la memoria de mucha gente, especialmente de muchas mujeres, y todavía viene a cuento cada vez que alguien se quita de encima un peso.
“¿Te acuerdas de la propaganda de las cadenas? Bueno, pues yo hice igualito con mi….trabajo, marido, relación tóxica”.
Hay variables, pero indudablemente aquella mujer sacudiendo los brazos frente a un lavaplatos quedó para siempre en nuestra cultura colectiva y nuestro ejemplo a seguir. Aquí entre nos y que no circule: muchas veces después nos damos cuenta de que el candado había estado abierto después de todo. Pero sea como sea, ¡la sensación es deliciosa!