Oigo decir, como si fuera pecado, que somos lo que comemos. Incluso podría serlo. Soy mucho más pesado hoy que cuando dejé de crecer en altura. Pero me niego a pensar que tiene algo que ver con lo que comí. Esa mousse de chocolate, esa nata montada a mano, esas pancitas de monjita, nada de eso puede ser pecado.
Pero lo cierto es que la balanza muestra un cierto desequilibrio. Entonces, como la oruga, ¿seremos lo que comemos? Si ella, con esa dieta tan monótona, se convierte en una hermosa mariposa, yo todavía tengo esperanza. Con tanta barriga de monja que he trazado, yo no debería terminar en una polilla, ¿verdad?
Si no hubiera espejos al emerger de la crisálida, ser mariposa o polilla no haría mucha diferencia. Es que no sé dónde terminará mi crisálida cuando me despidan.
Si tuviera que emerger de la crisálida en un mundo de espejos y ser mariposa, mi metamorfosis desde ese huevo primordial habría sido un viaje del ego. De lo contrario, sería un infierno.
La pregunta no es del todo ociosa, porque si a las orugas se les ofreciera, a la Sandel, una pequeña posibilidad de ser mariposas al salir de la crisálida, contra una gran posibilidad de ser polillas, apuesto a que, como yo, las lagartas se resistirían a entrar en la crisálida. Especialmente con tanta mousse de chocolate dando vueltas.