El hombre llega a la casa. Se encuentra a la esposa con otro en la cama. La mujer se cubre a medias con la sábana. Balbucea unas palabras:
– Mi amor, yo entiendo si te encuentras sorprendido…
El marido ahora cornudo replica:
– ¿Sorprendido? Sorprendidos han quedados ustedes. Yo estoy estupefacto.
Hay personas así, que parece que tuvieran siempre debajo del brazo el manual de corrección gramatical para toda ocasión y les preocupa más decir lo justo que hacer, actuar o incluso sentir. Lo peor es que muchas veces pierden y nos hacen perder el tiempo en o con discusiones bizantinas, por su manía de perfeccionismo semántico.
Recuerdo cuando trabajé en la Universidad de Carabobo y luego en la Secretaría de Educación (de hecho, es algo que pasa en cualquier ente público o privado): se tornan larguísimas las discusiones por temas como si debe decirse enseñanza, aprendizaje o enseñanza-aprendizaje, incluso aprendizaje-enseñanza; si lo correcto era, en ciertos casos, emplear el vocablo pedagogía o didáctica.
Lo peor es que, cuando viene el momento de discutir otros temas importantes, (como el presupuesto), ya todo el mundo está cansado, y el asunto pasa casi por debajo de la mesa, aprobándose lo que sea tras considerarlo por tan solo cinco segundos (y en ocasiones es menos). Tal vez es la intención de estas largas discusiones: una maniobra para distraernos y cansarnos con lo insustancial, a fin de meter un gazapo o una coima intencional.
La segunda parte del problema del que hablamos tiene que ver con la posición que trata de asumir la mujer en el chiste, quien al parecer sufre del mismo mal. Es decir, nos referimos a aquellas personas que piensan que con palabras se enmienda lo hecho, tratando de tapar un roto con un descosido. Y tras haberse equivocado o haber cometido una falta, hablan y hablan, buscando demostrar que lo hecho no se debe calificar así, sino de otra manera, como si fuera a ser menos grave por ello. Por lo general, estas personas se llaman abogados, o deberían serlo (allí va mi declaración de afecto hacia esa profesión).
Y no es que yo hable o escriba a tontas y a locas. De hecho, reviso todo muy bien y concienzudamente. Pero ni me creo Flaubert ni pierdo de vista que lo esencial es lo esencial y los detalles son los detalles. Yo no sé cómo termina la historia, ni si se pusieron a discutir cuál era el término más apropiado. Quién sabe. Hay gente que escoge unos momentos muy raros para ponerse a filosofar. Eso a menudo me deja sorprendido, o estupefacto.