-La gente repite cada siglo sus peores bajezas. Es como una enfermedad que reaparece, pero con mayor intensidad- dice el anciano.
-Yo vivo como venga, viejo: busco lo que necesito y me resuelvo- expresa el muchacho.
Ambos son polos opuestos: el anciano es pálido, tranquilo, dueño de una sabiduría que probablemente de nada le sirva porque vive aislado y en retirada. El muchacho es fuerte, asoleado, usa más los ojos y los oídos que otros sentidos. Mira todo con detenimiento y de vez en cuando se coloca unos audífonos para escuchar la música que el cuerpo le pide.
-Necesito dólares ¿dónde están las prendas? – pregunta el joven.
-Es mejor que las empeñes. Así las puedes recuperar. Si las vendes ya no las verás más -responde el anciano.
-¿Dónde están? Ya la noche está llegando…
La tarde ha comenzado a opacarse: deben ser como las seis y media. El muchacho va hacia una lámpara de mesa. Busca por debajo. Sonríe porque recuerda las veces en que “la pérfida” se pone minifalda.
-A mí no me molesta la oscuridad -comenta el anciano.
-A mí tampoco, pero tengo que revisar bien.
El joven registra gaveta tras gaveta. Un cajón, otro cajón. Revuelve utensilios, papeles. A veces se queda contemplando un objeto y luego lo devuelve con un gesto despectivo.
-En la última gaveta están. En una cajita de madera… -indica el anciano.
Varias guacamayas pasan enmudecidas de regreso a quién sabe dónde.
-Esa cajita era de mi esposa. Se la regalé en un viaje que hicimos a España. A ella le gustaban esos adornos con incrustaciones de marfil. El anciano cierra los ojos y sonríe porque mira con nitidez el rostro de su esposa flotando en las vidrieras de Madrid. Se detenían muy agarrados de manos a ver bazares, parques, museos.
El murmullo del cierre es una serpiente que pasa. La caja apenas cabe en la mochila deportiva. El muchacho regresa hasta la silla donde está el anciano. Cubre con su mano izquierda la boca del hombre y sin decir nada le hunde un cuchillo en el lugar del corazón. El cuerpo amarrado a una silla, cruzado de cuerdas como carne en salmuera, queda goteando en la penumbra cuando el joven mete la mano por debajo de la pantalla y apaga.