a Georgia (Tzina) Kalogirou
No tiene sentido esperar: una vez más faltarías al encuentro. Sé que en el momento en que los cuerpos abiertos y sudorosos se sientan a la mesa del café, esperando las señales ocultas de la noche, Atenas suda la sal bochornosa de los días. Sé también que el lugar elegido no sería ni de tu agrado ni del de Georgia, ella que te despoja de tus palabras y te expone a la cruda claridad de las ideas. Pero quedaba tan cerca de la ventana de mi cuarto que cuando te viera podría saludarte y dejar que mis ojos volvieran a la inocencia de la ilusión. Seguro que me dirías que los dioses sufren ahora, insultados a cada instante, por la presencia de bárbaros con zapatillas Nike, exhalando imitaciones baratas de perfumes lowcost, mientras Tiresias, vendedor de granadas, regalo a la luz del sol, expone la vida tal como se nos ofrece. Casi en silencio, porque la voz ya no era tuya, tu dedo me señalaba hacia los muros que sin piedad ni vergüenza erigieron a tu alrededor aquellos que imperceptiblemente te aislaron del mundo, creyendo poder someter la sugerencia indomable de las palabras a la oscura monotonía que llevan en el corazón. Y luego, cuando el cansancio retumbe en las mesas del café y la noche deje olvidada la sombra de tu silueta en la palma de mi mano, volverías, poeta, a tu libro.