Hoy en buena parte de Europa ocurre un cambio de horario y los relojes deben adelantarse una hora. Esto porque al haber entrado la primavera e irse haciendo los días con mayor tiempo de luz solar hay que aprovecharla. Menuda confusión esto de estar cambiando las horas dos veces al año; menos mal que la tecnología ayuda y al menos los teléfonos y las computadoras cambian sin nuestra mediación. No así los relojes de pulsera, ni los del horno en la cocina, por ejemplo, pero te cuento que hasta finales del siglo XIX la cosa era peor.
Aunque ahora nos parezca insólito, en cada lugar el horario dependía del reloj local, habitualmente el del campanario de la iglesia. Así, de pronto aquí era una hora y en el pueblo de al lado era otra. ¿Cómo llegar a tiempo a una cita? La puntualidad era todo un desafío.
Pues resulta que a Sir Sandford Fleming, un ingeniero escocés, le pasó algo en 1879 que cambiaría nuestra vida: perdió un tren. Confundió las 5:35 a. m. con las 5:35 p. m. y perdió la conexión a un ferry. Afortunadamente el jefe de la estación ofreció hospedarlo en su casa. Eran otros tiempos, como puedes ver.
Esa noche tal era su frustración, que se puso a idear cómo tener un horario que no diera lugar a equivocaciones. Tomó un mapamundi y dibujó líneas verticales, meridianos, que lo dividían en 24 partes y a cada una le asignó un huso horario con una diferencia de una hora entre ellos.
Posteriormente, la elección de Greenwich como el Meridiano Cero se formalizó en la Conferencia Internacional del Meridiano, celebrada en Washington D.C. en 1884, y se adoptó el sistema de huso horario estándar internacional el 1 de enero de 1885. Progresivamente se fueron incorporando todos los países hasta que en los años 20 del siglo pasado ya se usaba de forma oficial este nuevo formato en todo el mundo.
Así que, si llegas tarde a una cita, trata de no preocuparte demasiado. Con suerte, no terminarás siendo alojado en casa de un extraño. Y quién sabe, tal vez se te ocurra una idea brillante que pueda cambiar el mundo.