Manolo me llamó para decirme que había conseguido una edición especial de “En busca del tiempo perdido” de Proust; una traducción casi perfecta. Sabiendo que mi francés es tan malo como mi esperanto y que Proust es objeto de mi interés, juré que lo recogería esa misma tarde. Insistió en precisar exactamente la hora: “¡las 17 en punto!” remarcó un tajante Manolo.
Mi día estaba bastante ocupado, pero mis deseos por leer una buena traducción de Proust se impusieron y, de inmediato, me puse en movimiento.
Hay días en que la fortuna se levanta de buen humor, nos ve y decide hacernos un regalo. Así fui superando todas las trabas, como el fluir silencioso de un mecanismo bien engrasado: los entrevistados estuvieron presentes a la hora y fueron concretos, la idea del artículo cristalizó en los cinco mil caracteres sin que tuviera que editarlo y, ¡Oh milagro! todas las taquillas a las que acudí estaban vacías y atendidas por empleados sospechosamente bien informados y amables.
Después de tomar un calmante para sobrellevar la emoción, me di cuenta de que eran las 16:40 y que estaba al lado de la casa de Manolo, de manera que toqué su timbre muy contento de cumplir mi palabra. Manolo abrió ligeramente la puerta
─ No son las 17 ─ me informó con cara del hombre del tiempo ─ vuelve a las 17.
¡Y me cerró la puerta!
Aquello era un misterio para resolver y me dispuse a hacerlo. Me agazapé en el pasillo por si alguien que Manolo quería esconderme aparecía, pero nada de eso ocurrió. A las 17 en punto, volví a tocar, me abrió la puerta y me franqueó el paso como si nada, pero era evidente que yo esperaba una explicación.
─ Nos hemos acostumbrado a pensar que nuestro tiempo es el único que existe ─ comenzó a explicarme ─. Hoy, mi tiempo previo a las 17 estaba destinado a preparar el café, no de cualquier manera sino despacio, poniendo todos mis sentidos en molerlo, rellenar la cubeta y aplanar el relleno con la presión exacta, pulir las tazas y preparar la mesa para el momento exacto. Y ¿para qué?… pues para recuperar ese tiempo que casi hemos perdido en el que yo hago de la mejor manera posible, una sola cosa y nada me interrumpe o me distrae. Como un ritual íntimo.
─ Nadie puede vivir así, Manolo, es una ficción.
─ Lo tomaré como un halago ─ Manolo se encogió de hombros y me sirvió el café ─ pero creo todos somos ficciones de vez en cuando.
El café sabía diferente.