A él tenía tiempo que no lo veía, y bueno, los años le han pasado por encima pero sigue buenmozo.
Después de que regresó de sus andanzas por el fin del mundo, terminó trabajando para la policía. Le ha ido bastante bien persiguiendo a los malos, levantando escenas de crimen, esas cosas.
A ella tampoco la veía desde hace un buen rato. Está estupenda. Elegantísima, con su eterno hablar suave, pausado. De esa gente que sabe mantener la calma.
Visto en frío parecería que no pegan ni con cola, aunque dicen que los opuestos acaban por atraerse. Vaya uno a saber.
Lo cierto es que, mejor no les echo el cuento, por unas y por otras terminan enamoradísimos sin dejar que se sepa mucho, para no llamar la atención de las eternas malas lenguas, a quienes les encantan ese tipo de chismes.
Van y vienen varias veces por el amor, y por fin quedan en que uno de estos días él la va a llamar a ver si van al cine, o algo así.
Me dio pena por él, que se le nota que muere por ella, pero qué va, aquello seguro no va a durar, pero es así que esas cosas pasan. Cuando menos te lo imaginas y de las maneras más locas, y lo raro del caso es que a veces contra todo pronóstico esos amores salen victoriosos.
Por eso es que uno no se puede meter a opinar, aunque yo sí se lo comenté al señor de esta casa, a quien le pareció que era un poco exagerado de mi parte. Él es más romántico y por eso oye campanitas y ve cupidos en todos lados.
Veremos en qué para, pero si se quieren enterar de los detalles, no dejen de ver este peliculón, con Harrison Ford y Kristin Scott Thomas, dirigido por Sydney Pollack, quien de paso se cuela en el elenco. Es de 1999, en inglés se llama Random Hearts (Caprichos del destino) y lo desenpolvaron hace poco en NETFLIX. Después me cuentan…