José fue víctima de la modernidad. Sufría de soledad y hubo una época simple en la cual llamaba por teléfono a una joven Estefanía que lo dejaba rendido en la cama. El precio era razonable y no lo molestaba entre actos. Siempre que la llamaba Estefanía podía venir. Pero resulta que ella y unas amigas formaron una cooperativa y cuando José llamaba al mismo número llegaba cualquier mujer.
José hizo las cuentas y acabó encontrando en Tinder una cincuentona de sonrisa diáfana con su dentadura blanca y alineada. María se llamaba y con ella estableció una relación satisfactoria porque, además, María cuidaba de la casa.
Todo iba más o menos bien hasta que María comenzó a recibir unos emails con gramática de maleantes que la intimaban a pagar mensualidades, porque si dejaba de hacerlo se le caerían los dientes que se había implantado en una clínica más o menos. Desconsolada, María secretamente separaba algún dinerito del cambio de las compras en el almacén y les mandaba a los maleantes lo que podía, pero era poco y los dientes se le fueron aflojando.
María se desesperó cuando su sonrisa se transformó en una mueca al perder su primer diente. Lloraron juntos cuando se lo contó a José y él separó de su jubilación para que María retomase los pagos y recuperase su dentadura. Y fue así como María y José vivieron más o menos felices hasta que José murió y María, ya sin jubilación, fue perdiendo sus dientes uno a uno.