Gente que Cuenta

Un cuento de navidad – Álvaro Ríos

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Río Motatán, estado Trujillo, Venezuela

Aquella mañana era Navidad y me sentía solo como una pluma en el desierto. Mientras preparaba café escuché un cornetazo. Salí a la calle y observé al Tarro haciendo señas para que me acercara al auto.

“Te invitó a Valera”, dijo. “Pero eso queda a tres horas”, señalé. “¿Acaso piensas que te llevaré en el lomo? Además, será mejor que permanecer solitario haciendo nada… Ve y busca una muda. Te espero”.

Y yo, que todo lo pienso, esa no la pensé, así que nos fuimos y a medio día ya avanzábamos por la calle que nos llevaría a la posada.

Por la noche la pasamos de lo lindo en casa de una de sus amigas. Durante la velada habló como loro. Cuando alguien me dirigía la palabra y preguntaba algo él respondía por mí. Su actitud me tenía irritado; sin embargo, y como ya descorchábamos la segunda botella, pensé que era una bobería, de modo que mantuve la calma.

Luego de la despedida salimos a la calle y expresó que deseaba caminar. La noche exponía su tramo frío y la luna se había escondido en algún lugar detrás de la montaña.

El Tarro marchaba trastabillando, incluso tuve que ayudarle a mantenerse de pie. Un rato después arribamos al cruce con el Río Motatán. Cuando pasamos junto al puente dijo: “qué belleza”. Entonces corrió como loco y se lanzó al agua. Pensé que tal vez quería suicidarse, y aunque me sentía molesto por lo sucedido en casa de su amiga, creí que debía ayudarlo.

Me quité los zapatos, la camisa, y luego corrí a la orilla. Me zambullí una y otra vez sin poder encontrarlo. Comencé a desesperarme cuando observé su sombrerito flotando. Tomé impulso y me sumergí de nuevo. Atiné. Lo tomé de la chaqueta y lo arrastré a la orilla. Como no respondía le di un bofetón.

–¡Eh! ¿Qué pasa?  –Dijo alterado.

–Estás borracho –dije furioso–, me has hecho pasar el susto del siglo. ¡Levántate!

–No puedo –dijo apenado.

Lo dejé un instante y fui a la calle a recoger mis cosas. Regresé y me incliné para sostener su cabeza. En aquel momento advertí algo raro en su mirada. Esbozó una sonrisa, se levantó, corrió hacia la orilla y de nuevo se lanzó al río.

Quedé atónito. La verdad no sé qué pretendía.

Sí, querido lector, quizá tengas razón: debí dejarlo allí.

Pero era navidad.

Tenía que salvarlo.

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