Voy por el camino. Como el auto nunca ha sido para mí más que una extensión de los pies, cada día me sorprendo al ver cómo infinidad de personas hacen del suyo un abanico de pavo real exhibido frente a gallinas preocupadas por el brillo de su plumaje y gallos con el rubor de sus plumas. Son tantos y vistosos que casi me hacen olvidar los otros: los anónimos de la existencia.
Voy por el camino. Lo mismo todos los días: casa-trabajo. Ida y vuelta, sin desvío previsto. Un viento sereno, y ciertamente confabulador, parece entender que una vez más pospongo la decisión irrevocable que tomé hace mucho tiempo: dejar de fumar. Es tan bueno postergar las promesas que se hacen frente al espejo, cuando sin piedad se empeña en mostrarnos lo que somos y lo que pudimos haber sido.
Voy por el camino. Abro la ventana y sin querer recuerdo la sonrisa generosa de aquel amigo que viajaba de ida y al que todos querían mucho, pero que tres días después nadie recordaba. Así es el camino.
El viaje es siempre el mismo. Estoy harto, pero no pienso cambiar porque en este viaje sin desvío planeado acepté ser el sueño que podría ser el mío.