Para hacer tiempo antes de un encuentro, el tipo fue a un bar con terraza. La única mesa a la sombra estaba ocupada por una rubia de sonrisa invitante, pero había dos cervezas en su mesa. Rápidamente el tipo pensó que, si bien la rubia valía la pena, las dos cervezas sugerían que un hombre podría volver del baño en cualquier momento. La rubia sostenía su sonrisa, pero pensando mejor, no compensaba los puñetazos a los que el tipo se arriesgaba sentándose en su mesa.
Nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que pretende la mujer que le sonríe a uno, más habiendo dos cervezas en la mesa. Sola no estaría. Podría estar con un marido del que se quería vengar, mostrándole como todavía había a quien le resultaba atractiva.
Fue entonces que la memoria le jugó una mala pasada y recordó a La Fontaine, el de las uvas verdes, y pensó que, después de todo, esta mujer estaba demasiado madura. Por eso, sonriéndole a la rubia, le pidió a la mesera que le abriese otra sombrilla en la terraza. Sin embargo, de la rubia aceptó la recomendación de la cerveza, más por entablar una conversación que propiamente por la cerveza, porque él prefiere el vino.
Pero fue solo sentarse en su mesa cuando llegó la dueña de la otra cerveza, quien resultó ser la hija de la rubia. No había marido después de todo, al menos no presente, y la rubia comenzó a resultarle justo en su punto, pero la oportunidad del gran gesto ya la había perdido.