Entré y una voz apagada, tal vez de la persona que tenía delante, o de alguna inteligencia artificial, preguntó: “¿A quién debo anunciar?” Asombrado y luego en duda, miré hacia donde se escondían las palabras y perdido entre el verbo ser y el verbo estar, no sabía si era lo que alguna vez pensé que era, o si alguna vez fui lo que soy ahora. “¿A quién debería anunciar?” Lo escuché de nuevo. De repente, y casi listo para responder, recordé las muchas veces que me confundieron con otra persona y todos esos nombres parecidos o iguales al mío y pensé que tal vez sería más apropiado darles el número de seguro social, número de contribuyente de impuestos, número de teléfono o incluso la matrícula del auto de mi vecino del tercero a la izquierda, que me molesta todos los días solo por existir. La voz apagada de una inteligencia artificial superior insistía: “¿A quién debo anunciar?”, “¿A quién debo anunciar?” Irritado y convencido de poder silenciar de una vez por todas esa voz que me esperaba para anunciar lo que seguramente nunca seré, respondí: “Mire, diga que somos yo y yo mismo buscándonos y casi siempre separados!”