Gente que Cuenta

Las malas hierbas,
por Victorino Muñoz

Camille Pissarro Atril press
Camille Pissarro,
Desmalezadores, 1882

En una de las novelas de Milan Kundera, el personaje principal, apodado el poeta, tuvo como su primera frase de cabecera: La vida es una mala hierba. Aunque el autor no se preocupa por darle una interpretación muy precisa, según las acciones que tienen lugar en la historia, tal vez sea cierto.

Sí. La vida es como una mala hierba. Pese a lo que podría pensarse, esto es un elogio; y es que tenemos que desagraviar a las malas hierbas, ya que no son tales, sino tal vez todo lo contrario.

Para empezar, debemos quitarnos la idea de que hay un conjunto de plantas que deben ser llamadas por este nombre. Es decir, eso que denominamos malas hierbas constituyen una gran diversidad de especies, muchas de las cuales no tienen relación de parentesco entre sí, no son familia.

Lo que sucede es que, en esa forma de ignorancia que algunos llaman pragmatismo, el hombre piensa que todo aquello que no puede uniformizar para luego mercantilizar es algo inútil. Por eso arranca las malas hierbas, para sembrar maíz o algodón. Sin saber a veces que algunas de esas malas hierbas podrían hasta resultar alimenticias.

Por otra parte, el uso lingüístico, común en muchas personas, de designar metafóricamente como malas hierbas a aquellos individuos que incurren reiteradamente en conductas antisociales o delictivas, no ha contribuido tampoco a la buena fama de estas agraviadas plantas.

No obstante, resulta que las malas hierbas no son sólo el hábitat y la fuente de alimentación de muchas especies de seres vivos (pequeños pero importantes en la cadena alimenticia), sino que protegen el suelo de la erosión, evitando que el sol incida directamente o que el agua de la lluvia arrastre los nutrientes.

Sin dejar de mencionar que también estas plantas contribuyen con la fijación del nitrógeno, fundamental para el provecho de las distintas especies vegetales. Esto es algo que no pueden argumentar los que cultivan algodón; sin embargo, la culpa no es necesariamente del algodón, sino de los pesticidas y demás productos que se usan.

Y aunque nos esforzamos una y mil veces por arrancarlas, para sembrar plantas ornamentales, frutales o que den sombra, las malas hierbas insisten y vuelven a crecer. Tal como parece que sucede con la vida en este planeta, que persiste pese a nuestro denodado empeño de acabarla. Tenía razón Kundera.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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