Gente que Cuenta

Acupuntura – José Pulido

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Dibujo en papel de puntos de acupuntura.
Autor y fecha desconocidos

Al entrar, notan que las sillas están ocupadas por mujeres ancianas. Algunas hablan de yoga, tai chi y ensaladas. Otras dormitan.

Él se concentra en la lectura. Su esposa observa los cuadros que llenan las paredes. Hay un paisaje de árboles sin hojas; en otro marco aparecen volando varios peces con colas de oro, escamas rosadas y bocas azules. Él lee unos antiguos poemas chinos que tradujo el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio. Lo hace para buscarle conversación al anciano médico acupunturista.

Una asistente criolla pronuncia el nombre de la persona que debe pasar al consultorio. Él y su esposa han llegado de últimos. Al rato se sorprenden cuando dos muchachas juguetonas salen del consultorio tomadas de la mano. Inmediatamente después aparece un muchacho alto y rubio. También se va con cierta prisa emocionada.

-Parece que el doctor tenía el consultorio lleno de gente joven- le comenta a su esposa. Ella arruga el entrecejo, como quien dibuja una interrogante muy íntima y hermética.

Luego salen dos niñas y un niño que pasan de largo mientras la voz del doctor los persigue recomendando “no beban gaseosas, coman mucha patilla”.

-Esperanza- llama la asistente a su esposa.  Ella le toca la punta de los dedos de la mano derecha en forma de despedida transitoria.

Al poco rato dicen su nombre. Él va hasta donde está sentado el anciano doctor. El sabio sonríe. Le dice que necesita cambiar de hábitos. Luego lo pasa a un cuarto cruzado de camillas. Las camillas han sido separadas por una tenue cortina. El perfume de su esposa anda en el aire. Se acuesta boca abajo. Apenas percibe el toque de las agujas. El anciano se va, lo deja solo.

-¿Cómo te sientes?- le pregunta a su esposa. Ella responde con frescura:

-De maravillas ¿y tú?

Él se queda saboreando ese tono porque así sonó la primera frase que ella pronunció cuando la conoció. Era una chica de dieciséis años. Trata de acomodarse mejor en la camilla para responderle.

Ella dice, desde la fingida pared, allá detrás:

-Quiero ir a un parque.

Y él está fascinado mirando sus manos tan suaves y pequeñas.

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