Gente que Cuenta

Amores frustrados, por Getulio Bastardo

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Auguste Toulmouche,
El amor perdido, 1870

Era para la época lo más cercano a una novia que uno hubiese podido tener. No terminábamos de cuajar como novios, pero tuvimos más allá de una simple amistad. Todas las tardes me arreglaba con mis pantalones de lino, mis camisas almidonadas y planchadas, con mi formalidad, para visitarlos.

Quizás fuimos esa clase de amores sin celos, reclamos, compromisos, peleas ni reproches, que al estar juntos nos disfrutábamos ¿hay algo más perfecto que eso?

Era la tercera de cuatro hembras y un varón, el mayor era mi amigo. Me esperaban vestidos para conversar, jugar Monopolio, ir al cine, pasear solos o con sus padres. Éramos parientes lejanos.

Con ella di mis primeros pasos en el baile, si es que eso se puede llamar bailar, a mover los pies hacia delante o hacia atrás, sin orden ni concierto, con el cuerpo rígido como si mi columna fuera el mástil de un velero. No la quería soltar en toda la noche. Cuando terminaban los músicos, seguíamos agarrados de las manos esperando la próxima canción. Cuando me percaté que aquello podía prestarse a comentarios, invitaba a bailar a las otras dos.

Las murmuraciones ya estaban en la calle, en mi casa me lo habían advertido.

-“Te han visto mucho con las hijas de Asunción Rodríguez. No tienes tiempo para más nada ni nadie, más que para ellas. Cuidado con una vaina, muchacho, primero están tus estudios, mira el sacrificio que hacemos para que te vayas a embromar y truncar tu carrera.  Además, la familia se respeta”.

En el cine nos tocaban asientos contiguos o nos sentábamos juntos premeditadamente. Veíamos la película con los dedos entrelazados y al salir nos quedábamos de últimos para seguir agarrados y que no nos vieran.

Todo ocurría por vacaciones. La relación se hizo más intensa en los años intermedios de mi carrera, cuando regresaba y caminaba casi dos kilómetros para verla. Ya para los últimos años, mis actividades no me permitían visitarlos como antes. Dejamos de vernos, nunca nos escribimos.

Tampoco llegamos a besarnos, a pesar de nuestro deseo oculto, más por timidez y cobardía mía. Una vez llegué hasta su cama a saludarla y tocando suavemente el lecho con las palmas de la mano me dijo: “ven, acuéstate a mi lado”.

La menor de sus hermanas, estuvo en la ciudad universitaria y cuando se enteró de mi  reciente noviazgo y pronto casamiento, me advirtió que se lo diría.

¿Qué le iba a decir? ¿Que le había comentado con respecto a mí que no sabía? ¿De qué me iba a acusar? ¿Qué me impedía tener novia ? Las respuestas las tuve años después.

Durante treinta y cinco años no supe nada de ellos. A la muerte de un familiar asistí al funeral, después de atravesar el país con dos matrimonios a cuestas y otras historias. Pregunté por ella y me la señalaron. La reconocí, me acerqué y la saludé.

.- Hola.

-Hola, respondió.

Extrañé su seriedad.

.- ¿No sabes quién soy?

.- No.

.- ¿Seguro que no me conoces?, insistí.

.- No señor, no lo conozco.

.- Es increíble- me dije en voz  alta. -Mírame bien .

He cambiado un poco. De flaco espigado y enjuto veinteañero pasé a sesentón relleno. Mis orejas, antes “las puertas abiertas de un Volkswagen”, ahora lucen casi completamente cerradas. Pero no me cabía la idea de que no me conociera.

Negaba con la cabeza, con un gesto de fastidio.

– Soy Ramón, le dije.

Su cara se transformó con un gesto sombrío, una mezcla de melancolía, rabia y frustración.

– Me dejaste plantada. Te esperé toda la vida. Aún estoy soltera.

Se levantó bruscamente, me dio la espalda y  se fue con los ojos anegados en lágrimas. En la capilla cercana se escuchó el tañer triste de las campanas  que  acompañan la sepultura de una vida, y también a la muerte definitiva de unos amores… tan…tan…tan…

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Getulio Bastardo
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx

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