
Estudios de los hijos de Paul Berard, 1881
Mis vecinos del lado de mi casa tenían dos niñas, de seis y cuatro años. Una tarde me acerqué a saludar a la abuela que estaba afuera con la menor de las niñas y nos pusimos a conversar. En un momento de la plática la niña interrumpe y le dice a la abuela, “nona, teno hambre”. La abuela le responde que espere. Pocos minutos después la niña le hala el vestido y le repite, que tiene hambre. La señora le responde “espere niña, no ve que estoy hablando con el dotore” (la Sra. era italiana). La niña espera un rato prudencial y ya impaciente se planta entre los dos, de frente a mí, tira de mi pantalón, alza su cabecita, hasta encontrar mi mirada y me ordena “¡Ud. se va para su casa ya!”.
Otro jovencito, también de cinco años, primo de las anteriores, que siempre las visitaba y pasaba temporadas con ellas, vino un día a mi casa mientras yo tomaba sopa en la cocina. No le ofrecí́ sopa porque estaba seguro de que la iba a rechazar. Sin embargo le pregunté ¿”quieres pan”? Asintió con la cabeza y yo le extendí una rodaja de pan.
Tomó la rodaja, le dio vueltas en su mano, la miró por ambos lados y me reclamó: “¡pero póngale algo!”.
Un día fueron a visitarnos unos amigos con sus tres hijos. Dos hembras que estudiaban con mis hijas, aún en primaria, y el tercero varón de los años iniciales. Llega la hora de cenar y mi mujer les dice: “quédense para que cenen, ya vamos a comer”, y el niño salta de alegría y exclama: “¡sí¡, porque yo tengo un montonero de hambre”
La segunda de mis hijas cursaba el segundo grado de primaria y un día que había presentado un examen, al salir de clases llega a la casa eufórica, lanzó sus útiles donde cayeran y le dijo a su mamá: “¡mami!, las adiviné todas”
Otra sobrina que desde niña fue muy parlanchina, tendría como 4 años, cuando fue de vacaciones a casa de una tía, quien tenía unos gemelos. El esposo de esta tía hombre callado y serio, sacaba en las tardes a pasear en carro a sus morochos hasta dormirlos. Esa vez la sobrina lo acompañó y por supuesto comenzó la conversación, más que conversación, un monólogo. Antes de llegar a casa, le increpó al calmado hombre: “¿tío, es que Ud. me tiene pena a mí?”

Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
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