Igual que todos, yo he tenido pesadillas en las que ocurren cosas inimaginables como que muero sin morir o que un político dice la verdad. Pero nada se compara a las sombrías elucubraciones que barajaba camino de la Comisaría de Policía.
Manolo es la imagen de la razón, del equilibrio, de la serenidad; si fuera capaz de sonreír, estoy seguro de que lo haría con la sonrisa de la Mona Lisa. Es verdad que tiene puntos de vista generalmente opuestos al resto de nosotros, pero también es verdad que sobrelleva su “marcianidad” con la resignación de un náufrago que ya no espera nada del horizonte.
Por eso no podía salir de mi asombro cuando el agente de la Comisaría enumeraba la cantidad de cargos contra mi amigo: daño a la propiedad, trato vejatorio a terceros y resistencia al arresto. Para liberarlo, además de pagar los daños, alguien debía hacerse responsable del acusado y éste tuvo la feliz ocurrencia de dar mi nombre. El agente me llevó a un lado y me rogó que, por favor, por caridad, me llevara a Manolo porque los estaba volviendo locos a todos, nadie había logrado que se callara y seguía protestando en su celda como un poseso.
Veinte minutos después de salir de la Comisaría, Manolo se tomaba un café tranquilamente delante de mí como si no hubiera pasado nada. Después de algunos carraspeos, me decidí a indagar qué es lo que había pasado.
─ Querían que fuera un facilitador ─ me contestó con gesto de molestia.
El asunto es que Manolo, siempre pendiente de trasmitir sus ideas, había acudido a una convocatoria en un Instituto que se proponía suministrar a sus estudiantes herramientas para ser mejores y más felices en la vida. Todo iba bien en la entrevista hasta que el entrevistador le informó a Manolo que su puesto sería el de “facilitador”. Y ahí se abrieron las puertas del Infierno.
Al parecer, mientras Manolo llamaba “ignorantes” a sus posibles contratadores, se ocupó también de romper algunas sillas que, afortunadamente, no acertaron a caer sobre nadie. Y, desde luego, Manolo también iba dejando claros sus puntos de vista tal y como me los repitió a mí:
─ ¿Sabes en qué nos han convertido?… en cobardes ante las dificultades… ¡En eso nos han convertido! Nadie puede ser un facilitador si lo que se quiere conseguir es difícil. ¿Tú crees que podemos ser mejores y más felices sin trabajar duro en eso? ─ por supuesto no tuve que contestar ─ ¡pues no! Nada que merezca la pena es fácil y lo que nos deberían enseñar es a no tenerle miedo a lo difícil, al contrario, valorarlo porque mientras más difícil, mayor será el premio.
Me atreví a preguntarle a Manolo si no hubiera sido mejor explicar todo eso con calma a los que ahora le acusaban.
─ Hubiera sido más fácil, pero apenas yo hubiera salido por la puerta lo habrían olvidado. Por lo menos, así les di algo en qué pensar.
Y siguió tomando su café.