Un estigma es una marca.
Una señal que se le imponía en el cuerpo a los esclavos, o a quienes cometían una infamia, para resaltar su condición de ser inferior, pero también se usa la misma palabra para identificar los signos que aparecen en el cuerpo de los santos, como testimonio de su participación en la pasión de Jesús.
Son marcadas también por un estigma social, quienes padecen algunas enfermedades consideradas indignas, entre ellas, los problemas de salud mental, dificultándoles con ello el acceso a los medios para recobrar la salud y generando vicioso circulo de sufrimiento, muy difícil de romper.
En estos días de festejo olímpico global, las marcas obtenidas por los atletas en las competencias son motivo de especial atención, pero también los son las marcas comerciales que patrocinan el evento,
En estos días de festejo olímpico global, las marcas obtenidas por los atletas en las competencias son motivo de especial atención, pero también lo son las marcas comerciales que patrocinan el evento
cuyas estrategias de mercadeo masivo, asocian el éxito, la belleza o el desempeño excepcional en cualquier área, con la “marca”, al punto de sustituir en el imaginario colectivo al producto que originalmente identificaban.
Los atletas portan en sus uniformes los estigmas del Santo Grial, de la marca patrocinante, al tiempo que forzando al máximo las posibilidades del cuerpo y la mente, a manera de ritual de sacrificio, van en procura de alcanzar la marca de la victoria que los consagre, o la derrota que los condene. A ellos, a las marcas que los patrocinan y a los cientos de millones de adoradores expectantes.
En medio de este torbellino de marcas, la práctica del deporte se transmuta del propósito original –Mens sana, in corpore sano- en un monstruo que amenaza con aniquilar a quienes compiten en procura de una marca que les eleve al Olimpo. Especialmente descriptivo de esta ópera trágica, es el caso de la gimnasia olímpica, disciplina en la que se somete al cuerpo y a la mente de niños desde muy temprano en su vida y a través de extenuantes jornadas, tensiones físicas y emocionales, así como a abusos de diverso tipo, que pueden afectar de manera grave su calidad de vida presente y futura.
El sonado “caso” de Simone Biles, sobreviviente del publicitado escándalo de abuso sexual, del que fueran victimas numerosas jóvenes y niñas del equipo olímpico de gimnastas de los EEUU y quien luego de un excepcional desempeño en las pasadas olimpiadas, ha tenido que abandonar las competencias de Tokio, a causa de una crisis emocional desencadenada por la alta presión psicológica a la que se ha visto sometida y ha puesto en el centro de la atención mundial esta paradoja sobre deportes y salud, especialmente de la salud mental, en esta desigual batalla entre marcas y estigmas, donde los atletas son carne de cañón, de un inmenso negocio global, a costa de su salud y el bienestar actual y futuro.