En esa mañana del 5 de enero de 1919, un agente de policía, llamado Francisco McManus, se encontraba haciendo una llamada de rutina a la comisaría principal, cuando de repente sintió un tremendo ruido; sordo y resquebrajeante. Al voltear, vio espantado que por una de las principales avenidas de la ciudad venía un gigantesco torrente de algo que parecía una espesa lava marrón, desbaratando y llevándose todo lo que encontraba a su paso. La gente y los vehículos corrían aterrados delante de la crecida, para evitar ser arrollados y ahogados por el espeso torbellino.
Al mismo tiempo el conductor del tren elevado urbano que doblaba una curva con dirección al norte, vio espantado cómo un tremendo río de una substancia viscosa barría las calles y al llegar debajo de la plataforma del elevado la sacudía violentamente, doblando los gruesos pilares de acero, y haciendo descarrilar el tren con el consiguiente pánico de los pasajeros.