Cuando la vida me llevaba cerca del antiguo hospital de Brás, hasta por cábala, entraba para comerme en su cafetería una fabulosa torta de nueces. Pero en general creo que son pocos los que visitan hospitales por razones mejores que esa.
Pensando en esto me vino a la memoria la anécdota de dos viejos amigos de los tiempos del Brás que se encontraron por casualidad en el lobby de un hospital caro en la zona céntrica de San Pablo. Uno le preguntó al otro que por qué estaba en el hospital, y oyó a su viejo amigo responderle que había muerto su suegra.
Los indiscretos no tienen límites, e insistiendo le preguntó ¿Qué tenía tu suegra? Y oyó del amigo que su suegra tenía un apartamento de cuarto y sala en el Brás.
Ayer, apenas le abrí la puerta a mi empleada doméstica, la vi toda de negro y de entrada me dijo que había perdido a su madre de 80 años. Mal le di el pésame, cuando además me encajó que a su marido lo habían multado en 250 euros por conducir hablando al celular.
O sea, esta buena señora perdió dos veces. No le dije que esa semana no valía la pena que jugase a la lotería, pero me faltó poco.
Ninguno de estos casos nos haría reír en público, salvo en un velorio, donde todos estamos nerviosos. Pero es la incongruencia la que nos divierte, aunque la disimulemos. La incongruencia entre el dolor esperado por la pérdida afectiva y la asociación inesperada al patrimonio.
La incongruencia es la teoría vigente para explicar lo que nos hace reír. Pero como todas las teorías sobre el humor, esta también es aburrida.
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Alfredo Behrens es PhD de la Universidad de Cambridge, y profesor de Liderazgo en las escuelas de negocios de la FIA en São Paulo e IME de Salamanca. También es presidente del Consejo estratégico de la Universidad Fernando Pessoa, en la ciudad de Porto, donde reside
Algunos de sus libros están a disposición en Amazon
ab@alfredobehrens.com